Icono del sitio NCN

Nayib Bukele, el conductor de Dios (video)

Como si fuera parte de un guion divino, el joven presidente del país centroamericano ‘El Salvador’, Nayib Armando Bukele Ortez, parece encarnar los designios de un pueblo que, en su nominación, podría estar destinado a ser un ejemplo de resurrección.

«Yo siento que este barco lo maneja Dios»  Nayib Bukele

La historia cuenta que El Salvador proviene de una reducción del nombre original con el que era conocido aquel territorio: Provincia de Nuestro Señor Jesús Cristo, el Salvador del Mundo. La nomenclatura fue adoptada cuando Gonzalo de Alvarado fundó la Ciudad del Gran San Salvador y tiene un fundamento que antecede ese bautismo: según los registros, cuando Cristóbal Colón descubrió el continente americano, aquella porción de tierra caribeña fue el primer avistaje tras largos y angustiantes días de navegación por el entonces llamado Mar Tenebroso.  Tras el alivio de aquella odisea, la habría bautizado San Salvador, pensando además, en la festividad católica del Santísimo Salvador que rememora el pasaje evangélico de la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor.

La importancia del nombre abraza toda una historia de fe en una lucha por traer la luz del cielo a la oscuridad terrenal. En este sentido, el premier salvadoreño se ha convertido en una figura aclamada, pero también polémica, gracias a las medidas concretas y extraordinarias que han marcado una notable diferencia en la vida cotidiana de uno de los países más pobres y violentos del planeta. Desde su gestión, tras asumir como presidente en 2019, no solo la economía, sino también el problema de la violencia extrema, han dado un giro de 180 grados, trayendo un nuevo y deseado hálito de paz al pequeño país desangrado y corrompido por décadas.

El éxito que lo pone en el primer plano de la atención mundial, no solo se basó en una inteligente estrategia de comunicación -siendo él un especializado difusor “social media” y carismático empresario publicista-, sino que en un país con raíces profundamente religiosas (de mayoría cristiana), sus palabras giran en torno a valores universales en contraposición a las ganancias de las minorías ligadas a la corrupción, el narcotráfico y la industria de las armas enlazadas a las actividades criminales.

Se ha convertido en un conductor de las ideas y necesidades de un pueblo sumido en la miseria y la muerte que desea ver la luz fresca del paradisíaco Caribe que les pertenece, un lugar privilegiado de la geografía mundial. Su liderazgo enarbola una palabra esencial: Dios. Todos sus discursos parten desde la fe en la voluntad y poder del Altísimo y retornan -como en una permanente y circular oración de agradecimiento-  hacia Él.

Ante el desencanto de la población y la pérdida de fe, especialmente en las generaciones más jóvenes que se entregaron de a miles a las satisfacciones materiales inmediatas que otorgan las pandillas criminales como es el caso de Los Maras, Nayib generó un camino plural de vínculo político y religioso. Modernizó la forma de abordar dos aspectos esenciales de la vida social vinculándolas de tal manera que integrara todos los cultos y veredas partidarias en nombre de Dios, pero sin apego a ninguna liturgia en particular que pueda ser motivo de exclusión o controversia comunitaria. Por el contrario, incluyó a todos en una dimensión universal de Dios, enfatizando además, en el poder de la palabra “nosotros” como un aspecto fundamental de la integración de las fortalezas individuales en favor de un objetivo trascendental.

En este sentido, su desconexión de la radicalización en favoritismos de cultos, está fundamentada en el mismo movimiento que hizo con su ejercicio político: se abrió de la conservadora Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y del exuberante protocolo de las comandancias de izquierda del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), erigiéndose así, desde el centro de las polaridades bipartidistas.

Esta vanguardista forma de moverse que lo llevó a ser, no solo el presidente más joven del país, sino un líder mundial de la política teológica concentrada, revela una impronta que quizás tenga que ver con el hilo de su propia biografía familiar donde la fe siempre fue esencial, pero sobre todo, en la convivencia de las diversas expresiones religiosas. Bukele proviene de una familia de origen árabe palestino; su padre fundó la primera mezquita en El Salvador y fue el imán de ese país mientras que su madre siempre ha sido una ferviente católica descendiente de cristianos ortodoxos provenientes de Jerusalén. Asímismo, su esposa tiene raíces judías.

En este marco, durante su primer período como alcalde, la mirada juvenil sobre la religión enlazada a la política, lo llevó a vincularse al famoso Pastor del Tabernáculo Bíblico Bautista Hermano Toby y a su hijo Hermano Toby Jr. Este ministerio controla más de 500 iglesias en todo el territorio salvadoreño y ha ocupado -durante décadas- un amplio espacio en televisión. La iglesia, que fue instalada en 1977 cuando gobernaba el conservador Partido de Concertación Nacional, tuvo su apogeo de revolución bautista en gran parte del territorio. Tanto fue el clamor, que el Hermano Toby llegó a tener más horas de TV que cualquier político. En aquellos momentos de guerra civil y dictaduras militares en toda Latinoamérica, este culto fue una de las principales alternativas a la Teología de la Liberación.

Pero más allá de las relaciones y alianzas políticas religiosas, sin dudas es la reafirmación de los valores espirituales que son compartidos por los diferentes cultos que conviven en el pequeño país, lo que lo eleva al palio de un líder. En este marco, el impactante manejo discursivo alineado a un lenguaje corporal y estética que generan un efecto de pareidolia religiosa (cual boceto de una imagen cercana a la de Jesús), se aúna con lo que representa el nombre del país: El Salvador; Aquel que vino a traer nueva vida a un mundo maltrecho por los abusos imperiales y la derrota moral. Así, ante las penurias económicas que generaron olas de inmigración forzada, violencia marera y corrupción impune en el país centroamericano, la oposición de Bukele al lenguaje inclusivo, al aborto, al matrimonio igualitario y su decisiva lucha sin tregua contra el crimen organizado, lo sitúan en un lugar desafiante que lo hacen polémico en una época donde predomina el relativismo y el ateísmo que vulneran la identidad de los pueblos y la fortaleza individual necesaria para la construcción de comunidades sólidas y libres. Sobre todo porque, como Jesucristo con su ira frente a los mercaderes del templo, se alza desafiante tomando a Dios como espada contra el orden añejo y sobrepoblado de vicios que solo generó altares a formas de vida superficiales. El mandatario evoca a Dios para batallar contra toda impronta carente de trascendencia y comunión que insiste en elevar al individualismo materialista y egoísta como efigie de las puertas hacia el mismísimo infierno en la tierra nombrada con la cualidad central de quien ofrendó su vida por Amor a sus hermanos: El Salvador.

 

 

Por Silvina Batallanez 

 

Salir de la versión móvil