25 de abril de 2024

NCN

Para que el ciudadano tenga el control.

Desde Wells a nuetros días: la resignificación del Coronavirus. Por Juan Jose Postararo

Aquella visión futurista que tuvo el escritor y novelista británico a fines del 1800, parece haber traspasado la ficción y hacerse carne en nuestra realidad.

Como una especie moderna de “David y Goliat” el gigante parece haber sucumbido ante el mínimo, ante lo imperceptible: un virus.

La llegada del Covid-19 (más conocido como “Coronavirus”) ha puesto en jaque premisas que el hombre moderno había edificado con una aparente solidez.

Si algo deja de enseñanza, aun cuando todavía no se ha ido, como extraído de las hojas de George Wells, es que la partícula más chica puede hacer un daño que ni la estructura más enorme puede resistir.

Existen varios análisis que se pueden hacer a partir de lo que acontece. Por un lado podemos tener una mirada filosófica ante la tragedia y entender que éste es un llamado, un grito sordo, del planeta que, como aquellos alienígenas de la “Guerra de los Mundos”, ve al hombre, su avances desmedido, su desprecio y egoísmo, como un ataque que sólo pudo contrarrestar a través de un virus.  Un germen que entra en lo más recóndito del ser y acaba con su paso arrasador por doquier.

La reducción inmediata, no sólo de personas en el orbe, sino de su andar cotidiano ya está mostrando mejoras sustanciales en la contaminación del mismo. Fue siempre “vox populi” aquello de que “la naturaleza alguna vez recuperará lo que es suyo”.  Claro que ninguna de las alteraciones del clima anteriores parece, hoy, semejantes a la acción que implicó la llegada del Coronavirus.

Los primeros números dan cuenta de que, en poco más de un mes, se redujo en un 25% las emisiones de CO2 de China, y ya se registra una disminución significativa en Italia de la concentración de contaminantes como el dióxido de nitrógeno (un compuesto tóxico que afecta muy negativamente a la calidad del aire, además de ser un gas de efecto invernadero).

Difícil no creer que este virus sea una especie de “defensa natural” de un planeta que hace años viene pidiendo un “poco de paz”.

Por otro lado están aquellas teorías conspirativas que creen que la nueva sepa de gripe proviene de un laboratorio.  Que fue adrede expuesto y, por el momento, con un sinfín de motivos. Todos horrendos, todos perversos desde la vista de un hombre a pie.

Cierto o no, este ápice nos permite dar cuenta de otro inciso que nos deja como enseñanza esta Pandemia: el cataclismo del sistema capitalista que domina la especie humana.

Expuestas y sobre la mesa están las bases destruidas de una forma de pensar y ver el mundo, basado en la propiedad privada de los medios de producción, en la importancia del capital como generador de riqueza y en la asignación de los recursos a través del mecanismo del mercado.

La ideología de este sistema nefasto condiciona al ser en su máximo individualismo.  El psicoanalista, psicólogo clínico español, Manuel Fernández Blanco, explica el punto: “El Capitalismo nos ha llevado a un individualismo extremo, a la insolidaridad social, a la búsqueda de la felicidad inmediata, a un sociedad adictiva y pulsional. Estamos en una época en la que la solidaridad entre trabajadores se cuartea, se rompe, porque el individualismo ha llegado también a la acción sindical. Además, parece que hay un cierto conformismo con la situación, que se debe, creo yo, a un sentimiento colectivo de culpabilidad”.

De esta manera e inconscientemente dejamos de lado los “Problemas globales” puesto que tendrán “otros” la solución en sus manos. No existirán ya grandes guerras porque alguien en su momento tendrá raciocinio y apaciguará las aguas. Tampoco el medio ambiente sucumbirá porque en algún momento alguien tomará cartas en el asunto para frenar el final.

En resumen aquellos grandes problemas lo solucionará, más tarde o temprano, el Mercado.

El Covid-19 fue una bofetada a la cara de los grandes popes que esgrimen esta idea.  El mercado, aquel gigante indomable, nada puede hacer ante la presencia humilde de un germen que lo carcome desde las entrañas.

Por el contrario renace el Estado como real contenedor y génesis para resolver el problema. Son sus hombres, su mirada en el otro, la solidaridad, la vista puesta en la “conciencia colectiva” acaso el arma más eficaz para dar por terminada ésta Pandemia que parece indomable.

Yo puedo acatar cada orden esgrimida y ser un ejemplo primordial en concepto de técnicas de prevención, pero entonces todo es nada si mi vecino es mi némesis en ese sentido.  En palabras más coloquiales “yo puede tener litros de alcohol en gel en casa, pero me va a matar aquel que no pudo comprar siquiera uno”.

Nunca más ciertas y atinadas las palabras de Jorge Luis Borges: “Nadie es la patria, pero todos lo somos”. Acaso el mejor concepto que podemos tomar de esta vorágine de crisis, miedos y paranoia en la que el Mundo nos tiene sumergidos.  En principio para salir airosos del laberinto, y segundo y principal, para allanar el camino a quienes nos sucederán, para que esto sea un triste recuerdo en algún libro de historia, y no quizás la solución definitiva como imagino Wells.

 

 

Para NCN por Juan José Postararo

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