25 de abril de 2024

NCN

Para que el ciudadano tenga el control.

El deber de la esperanza. Por Jorge Enriquez

Los argentinos estamos viviendo un tiempo de zozobra, de angustia, de hondo pesimismo. Son cada vez más los compatriotas que no vislumbran ningún horizonte en nuestro país y barajan la perspectiva de labrar su destino en otros. Las personas de cierta edad, afincadas pese a todo por sus vínculos familiares, laborales y sociales, lo piensan menos, pero entre los jóvenes crece a pasos agigantados la idea de dejar el país.

Es poco lo que los mayores podemos hacer por convencer a nuestros hijos y nietos de esperar por un futuro mejor. Quienes nacimos a mediados del siglo XX hemos vivido la persistente decadencia de la Argentina. Todavía perduran en nosotros, aunque sean negados por los hechos, los ecos de una nación próspera, progresista, cuyo pilar fundamental era una extendida clase media bien educada, que en muchos de sus indicadores igualaba o aún superaba a los de la mayoría de los países de Europa.

Esta nueva experiencia populista parece un mazazo definitivo a cualquier aspiración de retomar el camino del desarrollo. El gobierno, además, carece totalmente de rumbo y el presidente solo atina a oscilar entre las diversas alas de la fuerza política que lo postuló, lo que lo lleva a patéticas contradicciones, como en el caso de Venezuela y a vegetar en medio de una alarmante parálisis de gestión.

Esa rotunda ineficacia se advierte en todos los campos, pero es muy visible en el manejo de la pandemia. Fernández se jactaba en marzo y abril de liderar un gobierno de científicos y no solo nos aleccionaba a nosotros, como un Maestro Siruela, sino que le daba cátedra al mundo entero. Había encontrado la solución al virus, que era la ingesta de bebidas calientes. Estos disparates, escenificados con unas filminas que le daban la apariencia de un experto, tuvieron alguna acogida inicial en la opinión pública, que, atemorizada por el flagelo del Covid-19 y las imágenes que veía de importantes ciudades de Estados Unidos y Europa, aceptó con loable responsabilidad cívica las duras medidas adoptadas. Pero fue luego advirtiendo que detrás de la cuarentena infinita no había nada más. El único plan era cerrar todo a la espera de la vacuna milagrosa. Y, mientras tanto, la economía se hacía pedazos y la pobreza y marginalidad trepaban a niveles increíbles.

El gobierno, en lugar de poner sus energías e inteligencia en enfrentar esos males, los tomó como excusa para avanzar en una estrategia de impunidad y de colonización de la justicia, que pavimentara el camino del autoritarismo que está en su ADN. Todo este panorama sombrío solo permite formular los pronósticos más apocalípticos. Y, sin embargo.

Sin embargo, como reacción a tamañas vilezas surgió un movimiento espontáneo de gente que salió en todo el país a las calles y a las plazas a decir que no está dispuesta a regarles su país a quienes quieren someterlo. Manifestaciones, marchas, banderazos, cada vez más nutridos, fueron el canal de personas que no obedecían a nadie más que a su conciencia, y que por eso mismo no son comprendidas por los amantes de las dictaduras. Pese al drama económico, son motivos más elevados los que los guían. Quieren vivir en una República, quieren independencia judicial, quieren libertad. Salen sin otra arma que la bandera argentina a defender la Constitución, el arca sagrada de todas las libertades.

En una reciente charla a través de zoom que compartimos con Santiago Kovadloff, él recordó un episodio ocurrido luego de las elecciones del 30 de octubre de 1983, en las que triunfó Raúl Alfonsín. Este, como presidente electo, reunió a un grupo de intelectuales y escritores, y les dijo que la Argentina los necesitaba. Entre ellos estaba Jorge Luis Borges, quien le respondió: «Señor presidente, tenemos el deber de la esperanza».

Hoy, varias décadas más tarde, y pese a todas nuestras frustraciones, los argentinos seguimos teniendo ese deber. El nuevo espíritu republicano que las manifestaciones populares están reflejando permite creer que esa esperanza no es una utopía.

Jorge Enriquez, Diputado Nacional Juntos por el Cambio CABA. Nota para La Nación

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