20 de abril de 2024

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Para que el ciudadano tenga el control.

El diciembre tan temido

Por Pablo Galeano, Periodista

Diciembre parece ser el mes cuco de muchos gobiernos. Se especula con la posibilidad de crisis que pueden estallar, saqueos, corridas bancarias y gobiernos en llamas.

Algunos lo adjudican al estigma de diciembre de 2001. Hasta Google adivina la búsqueda cuando se tipea “diciembre de”.
Aquel estallido político, económico, social e institucional, y el “que se vayan todos” sin dudas quedaron grabados en el reloj biológico de nuestra sociedad y dispara su alarma en estos tiempos.
Pero diciembre tiene otros condimentos. Es un mes durante el cual, desde una dimensión más individual, los humores cambian. Es un mes con el velocímetro al taco. Cada quien con sus apuros: los que son protagonistas de litigios apurados por la feria judicial, los políticos porque se terminan las sesiones del Congreso, los que están bien porque está llena la agenda de brindis de fin de año, los que están mal porque se viene un parate de actividad hasta marzo y los ingresos veraniegos van a caer en picada.

Es un mes de balances, durante el cual se suelen cerrar ciclos y reina un humor diferente al resto del año. Un mes en el que, a muchos, les estallan las frustraciones en la cara. En palabras de algún psicólogo es un mes durante el cual, desde una visión más subjetiva, se tiende a hacer un balance vital anual. No en vano aumentan las consultas psiquiátricas, el consumo de psicotrópicos, suben los índices de intentos de suicidio y son tratados los temas más existenciales en el diván de los psicoanalistas.

Desde una dimensión más familiar, en diciembre muchos conflictos se manifiestan o agudizan. Encontrarse con parientes indeseados durante las fiestas, resolver la agenda de los hijos de matrimonios separados o descubrir que no hay familia ni amigos con los que uno quiera o pueda compartir, pueden ser algunos factores de malestar.

Por otra parte, diciembre no distingue entre clases sociales. Quienes detentan mejor posición económica también entran en una situación que ven como un caos: preparar las fiestas, organizar sus vacaciones, tener que encargarse de los hijos durante 24 horas y, como si fuera poco, el dólar alto que les complica un poco su estadía fuera de las fronteras. Para la clase media, en diciembre -y este en particular-, la preocupación pasa por otro lado: tanto las vacaciones, las fiestas, el futuro incierto de su estabilidad laboral o la difícil perspectiva de insertarse en ese mercado el año venidero, convierten a ese mes en un largometraje de terror. Ese panorama los acerca a un horizonte temido: el de la pobreza.

Para los que menos tienen, aunque todos los meses estuvieron mal, desde el punto de vista del consumo diciembre pone en evidencia que deberán afrontar más gastos necesitarán con los mismos escasos recursos. Por más humildes que sean los festejos de fin de año, existe un ambiente festivo que ven como ajeno en opulencia pero propio en su valor social o de pertenencia. Los que así no lo viven padecen alguna frustración cuando no les alcanza el dinero para abastecer una mesa festiva, comprar algunos regalos o unos petardos para el 31.

Las redes sociales también aportan lo suyo durante este mes, ya que suelen comenzar a mostrar realidades virtuales más felices que durante otros tiempos. Lugares paradisíacos de vacaciones, piletas, días de campo, mesas con suculentas comidas, encuentros sonrientes con amigos. Todas situaciones que generan una suerte de competencia de selfies para ver quién de todos los contactos, amigos o seguidores/seguidos la pasa mejor, con las frustaciones reales que lo virtual ajeno muchas veces apareja.

Todos estos datos, los recogió la política que aprendió que cometer errores en diciembre puede pagarse caro. Como botón de muestra, el impulso a una reforma previsional bastante antipopular con un recorte de 5.500 millones de dólares en diciembre de 2017 le significó un duro dolor de cabeza a la imagen de gran parte de los políticos que la apoyaron y generó un rechazo casi unánime de los medios de comunicación y de gran parte de la sociedad. Hoy saben que diciembre no es un mes para proponer este tipo de iniciativas.

Cualquiera sea el punto de vista desde donde se lo vea, diciembre parece ser claramente un mes en el cual, más allá del clima caluroso, sobrevuela un clima de conflicto y tensiones superpuestas.

En 1957 el entonces ministro de Economía de la Nación Alvaro Alsogaray dijo “hay que pasar el invierno” para graficar que luego del esfuerzo que pedía a los argentinos, llegarían tiempos mejores.

Pasaron más de 50 años y en diciembre de 2018 muchos analistas responden cuando se le pregunta por la situación del país, una suerte de remake de los dichos del capitán-ingeniero. “Hay que pasar el verano”. Una frase que, durante este diciembre, ya se escucha mucho.

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