29 de marzo de 2024

NCN

Para que el ciudadano tenga el control.

El patriotismo republicano es requisito para la buena economía; por Alberto Asseff

Crece la convicción de que en la Argentina las soluciones económicas logradas en otros países – Portugal, Grecia, Brasil, Israel, Perú, Chile – acá no resultan. Empero, lo que no abunda es la explicación de los motivos para que entre nosotros fracase lo que en vecinos o distantes lares tiene éxito.
En todos los Estados que sufrieron crisis económicas – y obviamente en los debieron resurgir luego de devastadoras conflagraciones como Japón. Alemania, Rusia toda Europa, la propia China luego del fin de su sangrienta guerra civil, hace setenta años -, el eje central de la solución fue el patriotismo de los pueblos y de sus dirigentes. Surge naturalmente el nombre de Charles De Gaulle. Es el paradigma personificado de lo que intento expresar. No hay programa de recuperación que pueda tener éxito sin que medie el patriotismo. Es consustancial de la solución.
Como en la Argentina el prejuicio tiene un extendido señorío es menester precisar que patriotismo es amor por lo nuestro, no una actitud fóbica o aislacionista. Cuando existe amor su alcance se despliega e incluso es transfronterizo. Si se ama a la gente nacional se termina amando a todo el género humano. El patriotismo no es excluyente de estar en buenos términos y mejores vínculos con el mundo. Por el contrario, la autoestima patriótica despierta el respeto de los otros por nosotros.
Cuando hay estragos, devastaciones post-bélicas, crisis inflacionaria y déficit fiscal crónicos, la rehabilitación implica inevitables padeceres y sacrificios colectivos. De las crisis se emerge con esfuerzo. No hay gratuidad. Se paga, sea con restricciones, sea redoblando el trabajo, postergando expectativas de bienestar. Hasta la extrema izquierda reconoce que hay que pagar y por eso en su actual propaganda electoral proclama que “a la crisis la deben pagar los capitalistas”. Lo relevante de esta confesión es que reconocen que es menester un pago. Yerran en lo de ‘capitalistas’ porque está probado hasta el hartazgo que ‘combatir al capital’ es prohijar la pobreza generalizada. Al capital hay que domeñarlo con el arte del cirujano, no con el del carnicero. Pero lo único que no nos está concedido, si es que aspiramos a una sociedad próspera, es espantarlo. Cuando el capital es producto del trabajo ahorrado es sinónimo de inversión y de movilización de la actividad. Es decir, el círculo virtuoso termina en más bienes, más empleos, más consumo. Y si se promueve la innovación tecnológica y el conocimiento– como la que ha hecho nuestra actividad rural -, no sólo se agrega valor al trabajo, sino que se generan dólares sin necesidad de recurrir a prestamistas ni tampoco al de última instancia, el Fondo. Y mejoran las condiciones de vida sin necesidad de emitir moneda sin respaldo.
Al patriotismo hay que condimentarlo con mucho republicanismo. Vale decir, independencia de la Justicia y consecuente seguridad jurídica, estabilidad de las reglas, alternancia en el poder – alejándonos como del diablo de los partidos hegemónicos -, libertad. En rigor, libertades. Todas las libertades, incluyendo las económicas. Eso sí, en las antípodas del libertinaje, del caótico desorden. Orden y libertad no son antitéticos.
A los dos, patriotismo y republicanismo hay que adunarle decencia. Siempre memoro un concepto de Alfredo Palacios:”La política debe ser decente y docente”. No hay buen plan en el marco de la indecencia administrativa. Los ‘desvíos’ de fondos al principio parecen irrelevantes. Al final frustran obras íntegras, aventan las soluciones. Son cloacas, rutas, túneles, casas, canales navegables o de irrigación, patrulleros oceánicos que faltan, que no se hacen o no se culminan. Suscitan que el ahorro privado se fugue en vez de invertirse, alarmado porque acá no es la ley la que rige la actividad, sino la ‘aceitada’ que exige el funcionario para allanar el camino. La anomia es letal.
En suma, ser patriotas, republicanos y decentes sería además de paradigmática buena conducta, un buen negocio para el país, para todos, como le place decir al sector opositor…
Quizás sea posible con un intenso trabajo contracultural – se liga con la otra gran faena, la docencia – llegar a la sana conclusión de que necesitamos muchos y muy buenos negocios, adentro y afuera, pero ningún negociado.
Patria, república, decencia, docencia. Agregar un buen plan económico y así podríamos entrever las luces del final del desfiladero.

Alberto Asseff – Candidato a diputado nacional bonaerense por Juntos por el Cambio; presidente nacional del partido UNIR.

Deja una respuesta