18 de abril de 2024

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Murió Davidoff, el hombre «misterio» en la acción de recuperación de Malvinas en 1982 (Videos)

Murió Constantino Davidoff, el hombre que fue señalado como el provocador de la decisión británica de enviar la flota más grande después de la Segunda Guerra Mundial al sur del mundo, para realizar desvergonzadamente –según ellos- la defensa de “su territorio austral”.

Un breve repaso por la historia, nos lleva a los titulares del 23 de marzo de 1982: La Nación tituló una nota “Fue rechazada una protesta británica”. La misma versaba sobre “desmanes en las Malvinas” para explicar que la Cancillería argentina había desestimado el reclamo del Foreign Office que protestaba por lo que asumía como una violación a la soberanía el izamiento de una bandera argentina en las Islas Georgias. “Simbólica ocupación de las Georgias del Sur” tituló Clarín mientras resaltaba: “un grupo de argentinos izó la bandera argentina y cantó el Himno Nacional, tras lo cual se retiró. Protesta británica. Malvinenses atacaron las oficinas de LADE (Líneas Aéreas del Estado) en el archipiélago”.

Es abril, y se conmemoran los 40 años de la Campaña Militar por la recuperación de las Islas Malvinas. El polémico empresario que fue responsable de los operarios argentinos en Georgias del Sur, falleció antes de que termine este mes malvinero, como si hasta su muerte quedara aferrada a la historia de las islas del Atlántico Sur. El viernes 22, el periodista Felipe Celesia, quien acaba publicar el libro «Desembarco en las Georgias» donde reconstruye la travesía de los chatarreros en el Atlántico Sur, conifrmó su deceso.

La empresa de Davidoff se llamaba Georgias del Sur S.A. y había sido contratada por la escocesa Christian Salvensen Ltd., con sede en Edimburgo, para desmontar, desguazar y transportar los materiales de tres factorías balleneras, en una operación que en 1982 estaba amparada por el Convenio para la Promoción y Protección de Inversiones entre Argentina y Gran Bretaña. El 19 de marzo, los trabajadores de la empresa desembarcaron en Puerto Leith, Georgias, para realizar las tareas contratadas. Llegaron hasta allí en un buque de la Armada, el Bahía Buen Suceso, y a poco de arribar –supuestamente- izaron una Bandera Argentina.

Llegando a Puerto Leith desde el Bahia Buen Suceso (Gentileza de Germán Rodriguez)

El reciclador de riesgo

Por aquel entonces, el argentino hijo de una griega y un búlgaro que habían salido de Europa a causa de la Segunda Guerra Mundial, tenía 35 años. El nombre de su madre era “casualmente” “Georgia”. Avieso empresario de proyectos arriesgados y complejos, Davidoff era conocido como un metalero industrial proveedor de materia prima a varias acerías y metalúrgicas nacionales. Se destacaba por desarmar y vender lo que era reciclable y valioso. Con este oficio había amasado una interesante fortuna que además le dio el prestigio necesario para ganar la contratación de Georgias a japoneses y chilenos, aun cuando los escoceses dueños de las factorías abandonadas, no querían hacer negocios con ningún argentino. Pero ya a principios de la década del 70, el joven empresario había levantando los cables coaxiales de telefonía que habían quedado obsoletos en el fondo del Atlántico tras el auge de las  transmisiones satelitales. Fue en 1973 cuando ganó la compra de un tramo del tendido a la compañía inglesa “The Western Telegraph Limited Company”. Tan exitosa fue su labor, que volvió a ganar más tramos en 1976 y 1979. Los cables, de veinte centímetros de circunferencia, estaban en el lecho oceánico de Argentina, Uruguay y Brasil a unos 100 y 150 metros de profundidad. Para tal fin, el veinteañero emprendedor había comprado dos barcos: el Trébol y Cleopatra desde los cuales “pescaban” los cables con una línea robadora, los izaban y luego de trozarlos, los discriminaban para su venta.

Davidoff era un hombre sencillo que no hacía ostentación de su “jefatura”, con lo cual tenía un contacto muy estrecho con sus empleados, al punto que se sentaba a comer con ellos. Cuenta la historia que fue en una de esas comidas que el contramaestre del Trébol, quién había viajado varias veces a la isla Tule -Sandwich del Sur- donde residían científicos argentinos que debían ser aprovisionados, le habló de las estaciones abandonadas en San Pedro, despertándole así la curiosidad por pensar una nueva empresa. El hombre le aseguró haber visto mucho material que, seguramente, él iba a saber aprovechar.

El marinero no se equivocó; rápidamente el pragmático Constantino realizó los movimientos necesarios. El primero fue ir a la embajada británica para averiguar si existía  algún impedimento político o legal para llevar hombres a trabajar en el desguace de las estaciones del sur. Para su sorpresa le dijeron que era libre de negociar con los propietarios y viajar a las islas. El único requerimiento fue que no empleara isleños (kelpers) para no generar algún tipo de tensión con el gobernador de las Malvinas.

El paso siguiente fue contactar a los dueños de Salvesen Limited, quienes al principio se negaron, aludiendo que estaban negociando con otros candidatos interesados. Con el objetivo claro, el chatarrero no dio lugar a la respuesta y se dirigió a la gobernación de Malvinas que, al fin de cuentas, tenía  jurisprudencia sobre las Georgias también. Si bien el gobernador James Parker creyó en su intención comercial, prefería que no se hiciera, haciéndose eco del recelo de los isleños hacia los argentinos.

Tal vez nunca salga a la luz que fue realmente lo que hizo cambiar de parecer a los escoceses, especialmente, tras la sutil negativa del gobernador de las islas que, de alguna manera, afianzaba el “no” rotundo que la empresa le había comunicado al insistente Davidoff; lo cierto es que se prestaron a volver a hablar. Así fue que le ofrecieron las tres estaciones y los cuatro barcos que estaban varados en Grytviken.

Lejos de dormirse en los laureles, ni lento ni perezoso, Constantino salió a buscar socios entre los chatarreros conocidos. En esa búsqueda logró interesar a dos especialistas en el rubro: Jorge Frin y Omar Checa. Ambos lo ayudaron en la planificación del proyecto. Sin embargo, su socio principal pasó a ser el abogado y ex diplomático peronista Juan Carlos Olima. Por aquel entonces gerenciaba el sector legal del Banco Juncal. Olima le facilitó la fluidez de los recursos financieros para la aventura empresarial a pocos kilómetros de la Antártida. De esa unión surgió Islas Georgias del Sur S.A. con las firmas de Checa, Olima y Davidoff.

Los escoceses pedían 10 mil libras por la opción de compra más 95 mil más para  cuando estuviera en condiciones de iniciar las operaciones en la islaA ese capital inicial, Davidoff & cía calcularon los gastos operativos que incluían el traslado y el personal necesario. Esta cuenta les dio cerca de medio millón de dólares. Apelaron entonces a créditos bancarios y financieros con el Banco Quilmes y el Royal Bank Of Canadá a través del Juncal. También se solicitó al Banco Nación y a las financieras Plafín y Central. Para respaldar parte de los créditos, el hombre con nombre de emperador, puso de garantía varios bienes, incluida su propia casa familiar, fruto del éxito con los cables submarinos.

Otro obstáculo a sortear fue el transporte. A esas islas solo es posible llegar en barco. Solicitó alquilar el Endurance, el transporte polar de los británicos en Puerto Argentino, pero el recién llegado gobernador Rex Hunt se negó rotundamente pues desconfiaba del proyecto.

Viendo que los números no le daban para alquilar y, mucho menos, comprar un barco con características necesarias para un viaje antártico, en agosto de 1981 propuso al Ministerio de Relaciones Exteriores y a la Marina Argentina pagar por el uso de una nave estatal que realizara transporte sub antártico.

Para ese entones el gobierno argentino  sabía que la base pre antártica británica en Grytviken sería eliminada próximamente y que, en ese contexto, se tenía previsto retirar al HMS Endurace del Atlántico Sur.

Aunque la leyenda urbana pregone que el “buscavida” de la zona sur del Gran Buenos Aires era parte de la inteligencia argentina o –por el contrario- un agente inglés, e incluso ambas cosas, todo indica que la Armada vio en la empresa de Davidoff la gran oportunidad y una sorpresiva coincidencia para un antiguo plan que habían sacado del freezer un tiempo antes, mientras se preparaba el retorno a la democracia, siendo que ya era insostenible la permanencia de la Juntas militares en el gobierno. Algunas voces “off the record” cercanas al poder político de aquel momento indican que, al contrario de querer perpetuarse en el poder como cuenta la historia oficial, la dictadura esperaba entregar el mando a un gobierno elegido democráticamente pero con las islas Malvinas recuperadas, quizás como salvoconducto para ofrecer algo de gloria patriótica a tantos años de terror, censuras y apremios económicos; una forma de no salir “tan manchados” por lo que ya no podían ocultar al mundo respecto a las violaciones a los Derechos Humanos y la debacle económica que había instado a la gente a salir a protestar a la calle, a pesar de la presencia militar y policial represiva permanente.

Proyecto Alfa

Más allá de las razones sinceras o especulativas, grupales o particulares de quiénes decidieron llevar a cabo la recuperación, la iniciativa de Davidoff venía como anillo al dedo para afirmar la presencia argentina en aquellos lares. Así fue que se llegó a un acuerdo en el cual, por lo menos en dos escalas anuales de las naves de ARA dedicadas al transporte en la Antártida para llevar suministros, las necesidades de movilidad de la empresa chatarrera estarían confirmadas. La emergente sociedad de desguace había calculado que el desarme de la infraestructura ballenera les llevaría como mínimo dos años.

Algunos dicen que fue inmediatamente después del pedido del empresario, cuando la Armada comenzó a elaborar lo que llamarían Plan Alfa. El plan consistía en infiltrar la fuerza de trabajo de Davidoff con «científicos» militares como grupo «legal» de desembarco en las Georgias del Sur. Cuando estuvieran instalados, se le uniría un grupo de Infantes de Marina en una operación Alfa B que embarcarían en una nave destinada a restablecer las bases Antárticas Argentinas y que instalarían una base militar más permanente de unos catorce hombres a partir de abril. La idea era que se haría la maniobra apenas el HMS Endurace hubiese partido por última vez del Atlántico Sur. El plan era “secreto” e incluía también la emisión de informes meteorológicos para la navegación, arraigando así un accionar clave, necesario y presencial que contribuiría a reafirmación de la soberanía.

Tripulación de Georgias arribados al Puerto de Buenos Aires, luego de ser tomados prisioneros. Entre los hombres de la fila se ve a Davidoff con traje claro (Gentileza de Germán Rodriguez)

El proyecto se adjuntaba a una vieja idea guardada celosamente por la Armada. Curiosamente, la misma fuerza que operó en contra de su país con respaldo británico a través de los bombardeos de 1955, desde ese mismo año tenía un proyecto de recuperación de las Islas Malvinas. La iniciativa se fue trabajando en medio de los descalabros políticos de los años siguientes con prolija obsesión. Finalmente, uno de los logros encarnó cuando en 1976 se instaló un observatorio científico en la Isla Morrell del grupo Thule del Sur. Cabe destacar que, extrañamente, los británicos no reaccionaron. Tras esa experiencia, en 1981, coincidentemente con las gestiones comerciales de Davidoff, al vicealmirante Juan José Lombardo se le ocurre llevar a cabo algo similar en la isla San Pedro de las islas Georgias del Sur: un observatorio  que marcara otra presencia argentina en la zona  que ayudara a revalidar títulos en función del reclamo histórico. El proyecto es enviado al Estado Mayor.

A 5 días del inicio del año 82, la Junta Militar se reunió para comenzar a tratar el plan “Malvinas”. Pocos días después la operación de la isla San Pedro ya era conocida por la cúpula militar. Había sido extraída de la caja fuerte donde esperaba desde el año anterior. Vio la luz ante la posibilidad de que fracasaran las negociaciones diplomáticas con los británicos durante el mes de febrero en Nueva York. El as bajo la manga que tenían los ingleses y que la Junta militar desconocía, era que ya tenían preparada la Operación Trident, un plan que había preparado a la flota de mar para ser movilizada en pocos días hacia el sur argentino. Sin dudas, la inteligencia británica iba un paso adelante o quizás, desde las propias filas, “alguien” era enlace facilitador a la corona anglosajona.

Entre tanto, a partir del martes 12 enero de 1982, por disposición de la Junta Militar, se incorporan el Cuerpo V del Ejército con el general Osvaldo García y la Fuerza Aérea con el brigadier mayor Sigfrido Martín Plessl para dar inicio a la planificación “Operativo Malvinas” junto a Lombardo. En el Teatro de Operaciones Malvinas (TOM) será responsable García, quien contará con la colaboración del  general Américo Daher, comandante de la Fuerza Terrestre, el contraalmirante y comandante de la flota de Mar, Gualter Allara, que pasaría a ser en la operación Rosario, comandante de la Fuerza de Tareas Anfibias (previamente denominada “Carlos” y luego “Azul” hasta su re bautismo en honor a la Virgen del Rosario en la travesía hacia las islas, tras sortear la embarcación, una peligrosa tormenta), y el contraalmirante Carlos Busser, comandante de la Fuerza de Desembarco.

Asimismo, en esos días de verano intenso, el embajador Carlos Lucas Blanco, director del Departamento Antártida y Malvinas de la cancillería, realizó un encuentro casual en su casa con los contralmirantes Eduardo Morris, Edgardo Otero y “el inglés” Girling, del SIN (Servicio de Inteligencia Naval). El anfitrión habló de las próximas negociaciones con Gran Bretaña, pero los marinos no emitieron opinión alguna ante la sospecha de que Blanco quisiera saber algo sobre los planes de la Armada con respecto a Georgias.

Es que se estaba generando el grupo Alfa B, integrado por 15 infantes de marina al mando del teniente de navío Alfredo Astiz. El marino que para entonces ya era señalado como el responsable de la traición, secuestro y desaparición de algunas Madres de Plaza de Mayo, empezaba a ser un problema para la imagen de la nueva Junta. Se especula que  por eso fue elegido para ir a un lugar tan lejano cuando él no era Infante de Marina como los hombres a los que comandaba. Quizás se esperaba que tuviera allí una actitud que lo elevara a la condición de «héroe» o en su defecto, de «mártir». Con su rápida rendición ante los ingleses, no cubrió ninguna de las expectativas, sino que se hizo notoriamente más visible (sus dotes seductoras tanto físicas como en el trato, hacían que no pasara desapercibido para nadie), colaborando así, posteriormente, a la premisa generalista desmalvinizadora de que los oficiales eran «todos» «cobardes» y «genocidas». El plan Alfa, tenía como objetivo llegar a Puerto Leith después de que el último buque de la Campaña Antártica británica se hubiera retirado de la región. Los hombres debidamente entrenados para la ocasión solo debían esperar las instrucciones en caso de que las fuerzas británicas pretendieran sacar de la Isla a los hombres de Davidoff, según consta en las declaraciones del contraalmirante Otero, jefe de Operaciones del Estado Mayor General de la Armada ante la Comisión Rattenbach.

El almirante Jorge I. Anaya explicó que “el 19 de marzo desembarcaron en el puerto de Leith, islas Georgias del Sur, los trabajadores de la Compañía Georgias del Sur SA del señor Davidoff, y Gran Bretaña, los días 20 y 21, inició una escalada del incidente lo cual resultó inexplicable en la Argentina por cuanto no era la primera vez que estos viajaban a las islas; no había ningún contingente militar entre los trabajadores… Se estaba cumpliendo con el contrato anglo-argentino en regla; y se había informado, el día 9 de marzo, a la embajada británica en Buenos Aires, que el 11 de marzo el buque partía rumbo a Leith. Asimismo, los trabajadores estaban munidos de la documentación necesaria especificada en los acuerdos de 1971”. El manifiesto de Anaya coincide con lo expresado en 1983 en el “informe Franks”. Frente a esto, lo que se acostumbra a llamar “el incidente Davidoff” parece haber sido la excusa perfecta para magnificar la victimización de Gran Bretaña y así justificarse para evadir una vez más la negociación, así como argumentar el refuerzo militar en las Islas del Atlántico Sur. La llegada del buque Endurance para echar por la fuerza a los obreros de Davidoff el 20 de marzo, es una muestra clara de la maniobra inglesa para empezar a justificar su necesidad de hacer la guerra.

«Casualmente», en el cable “Secreto” 616 del 24 de marzo de 1982, enviado a Londres y la Misión en Naciones Unidas donde  figuran también todos los nombres de los embarcados se lee: «el 11 de marzo de 1982 43 personas, el material para el sostén logístico y los medios materiales para trabajar —en total 80 toneladas— fueron embarcados en el ARA ‘Bahía Buen Suceso’, buque perteneciente a la línea ‘Costa Sur’ de Transportes Navales con destino, como primer puesto, a la isla de San Pedro, en Georgias del Sur”

Viajes al Sur

El relato más popular señala que “el incidente” fue analizado por la Junta Militar resolviendo como medida de emergencia, el envío del  ARA Bahía Paraíso a las Georgias del Sur desviándose así de su misión en la campaña antártica. Su nuevo rol sería evitar “la forzada evacuación de los trabajadores argentinos por el Endurance”. Sin embargo, con el tiempo aparecieron nuevas voces que instalaron la idea de que la empresa de Davidoff fue la carnada por la que se inició la campaña militar. Por ejemplo, el coronel Luis Carlos Sullivan le confió al periodista Juan Bautista “Tata” Yofre que El operativo de las Georgias fue preparado con mucha antelación. Yo lo sé porque el barco que transportó a los chatarreros también llevaba gente del Comando Antártico, para la segunda escala del viaje. El capitán del barco, cuando zarpó, recibió dos sobres cerrados: Uno con la orden de cortar el contacto de radio (en determinado día); otro en el que se instruía dirigir el barco primero a las islas Georgias. Todo el operativo fue realizado sobre la base de que los ingleses no responderían. Existió una gran improvisación, en todos los órdenes.”

Por otro lado, paralelamente (en la misma época) el comandante en jefe de la Armada inglesa John Fieldhouse, viajaba a Gibraltar ordenándole al almirante Sandy Woodward que prepare una flota “rumbo al sur”. Pocos días antes del desembarco argentino en Malvinas, exactamente el 29 de marzo, la Primer Ministro Margaret Thatcher autoriza que 3 submarinos nucleares se desplacen al Sur: allí van el Spartan, el Trident y el Conqueror, este último, famoso por perseguir a los buques argentinos y finalmente torpedear y hundir al ARA General Belgrano fuera de la zona de exclusión.

Asimismo, la acusación de un acto de provocación «patriotera» por parte de los argentinos como se muestra falaz y banalmente en uno de los capítulos de la Serie The Crown, ha sido notablemente aclarada por la Comisión Rattenbach que recogió testimonios de varios civiles, entre ellos, se halla el del mismo Constantino Davidoff. En el capítulo IV del informe, en su punto 192 expresa: «La información periodística consignó que los obreros descendieron del barco y enarbolaron la bandera nacional en un mástil, aunque Davidoff negó este hecho, aduciendo que cuando sus hombres desembarcaron la bandera ya ondeaba en el lugar. Por otra parte, si bien los obreros llevaban una bandera argentina, ésta se hallaba en el contenedor, en esos momentos aún a bordo del buque. De cualquier forma el izamiento de la bandera no provocó problemas mayores, habida cuenta que la enseña fue arriada poco después, a pedido del personal británico».

Aunque el episodio del izamiento luego se diluyó con el estallido de la guerra, quedó como la «acción» que generó la reacción bélica y «defensiva» de los ingleses. Ahora bien, si la bandera fue izada por los obreros argentinos, acción que fue mucho menos estruendosa que lo denunciado, pues se debió a la intervenciónd el encargado de la obra Jorge Patané que, ante la emoción fanática del soldador Horacio Lochi que elevó un banderín de River Plate, le señaló que iban a estar tres meses, con lo cual, para evitar discordias, lo propicio sería hacer flamear una bandera que abrazara a la mayoría (en la tripulación había algunos uruguayos, por ejemplo, el médico) como es en la selección. Por tal motivo, es notable la reacción desmesurada de los racionales ingleses frente a un hecho menor que se soluciona por medios «pacíficos» como a ellos les gusta alardear.

Ahora bien ¿Fue solo una coincidencia que al momento de arribar el buque argentino Bahía Buen Suceso había un contingente de la BAS (British Antarctic Survey)? Este grupo, para estar allí en Puerto Leith, debía haberse puesto en marcha el día anterior desde su apostadero en King Edward Point. La realidad es que, rápidamente toman contacto con el personal argentino como si los estuvieran esperando.

Desembarco del Bahía Buen Suceso en la lancha Fénix que quedó allí (gentileza de Germán Rodriguez)

Es decir, antes de que los obreros pudieran comenzar a realizar sus tareas, los británicos ya poseían una «bienvenida» preparada.

Con estas disonancias, el hombre de las “tareas difíciles”, Constantino Davidoff, pasó a la historia como un enigma frente a su rol en el desempeño de la guerra de Malvinas. Lo cierto es que luego de la contienda, perdió su fortuna y luego su familia. Llevó a cabo demandas aquí y hasta a la misma Corona Británica, pero todos le dieron la espalda.

«Lo perdí todo, mi casa, mis aviones, mis barcos, mi compañía y, después de todo, mi familia. Simplemente, no fui capaz de defender mis intereses después de la guerra. Estaba demasiado enfermo», expresó hace unos años desde su humilde departamento en Avellaneda cuando fue entrevistado por la BBC. Y agregó: “Argentina tiene mucho que darle a las islas. La guerra no concluyó cuando fue izada la bandera británica. Creo en la verdad y la justicia. Cuando se sepa la verdad, tendremos justicia.»

Silvina Batallanez