20 de abril de 2024

NCN

Para que el ciudadano tenga el control.

Progresismo regresista. Por Alberto Asseff

Es una paradoja que genera perplejidad. En la Argentina el llamado ‘progresismo’ es ingénitamente retrógrado. Practica con fruición el regresismo y sobre todo la más férrea oposición a los cambios. Todo lo que huela a reforma activa el instantáneo rechazo. Se aferran, por caso, a convenios laborales cuyo formato no se altera desde hace más de cuarenta años. Se elude el análisis sobre la robotización, la telemática – con la ampliación del trabajo desde el hogar -, el expediente digital. La idea de ‘gobierno electrónico’ atemoriza a los ‘progresistas’. Más aún, si alguien se anima meramente a mencionar la palabra productividad – mejores resultados con los mismos insumos e igual tiempo y esfuerzo -, de inmediato se lo mira de reojo y con el prejuicio a flor de labio: ‘este pretende volver a las épocas de patrones explotadores’.

Padecemos de un progresismo peculiar: siempre añora el pasado distribucionista, aspira a regresar a ese ‘paraíso’, se niega a la realidad, no reflexiona sobre hechos incontrastables como que por esta ruta vamos inexorablemente a ser un país pobre, como el de las épocas previas a la organización nacional de 1853. Son regresistas, no progresistas.

Desde los tiempos de la Generación del 80 – del siglo XIX – progreso se asociaba a cambios, a dejar la carreta para incorporar al ferrocarril, abandonar el candil para instalar el farol eléctrico, pacificar al país para que con buena administración fluyeran inmigrantes y capitales que transformaron a la Argentina. Para que las escuelas-chozas devinieran en majestuosos palacios educativos que aún hoy podemos gozar – sólo con verlos – en cientos de ciudades. Uno llega a Dolores, por ejemplo, y el edificio más emblemático es el del Colegio Nacional. Fue ese progreso el que posibilitó que Buenos Aires fuese la primera urbe de todo el hemisferio sur del planeta con una línea de transporte subterráneo. El progreso fue el impulsor de los puertos, como el de Rosario o Madero. El progreso posibilitó la emergencia de la esplendorosa clase media y la perla que fue la modélica movilidad social ascendente, esa que permitió que la pobreza fuese una estación intermedia y transitoria, un paso hacia arriba, hacia otro destino. El progreso modificó de raíz un 80% de analfabetismo en un 85% de alfabetos, superando a la sazón a toda Europa meridional y oriental y también a esos grandes pueblos de hoy, China y Japón.

El progreso no era sarasa. Era progreso en serio y no sólo económico, sino eminentemente social. La asimilación de los inmigrantes lo prueba. El país era confiable y prometedor. Esencialmente, los primeros en transmitir confianza eran los argentinos y los inmigrantes que se habían espléndidamente integrado. Esa confianza valió más que discursos y planes, aunque vale remarcarlo se asentó sobre un rumbo claro, sin vaivenes. La oposición – entonces la naciente Unión Cívica Radical – no disentía con las libertades económicas sino con el régimen electoral. Reprochaba la carencia de libertades políticas,  discutía la cerrazón del círculo gobernante y planteaba la apertura, pero nunca cuestionó ninguno de los pilares sobre los cuales se erigió la gran Nación del Sur, esa que muchos atisbaban como el futuro  Estados Unidos meridional. Alem, Yrigoyen y Alvear eran tan liberales como Roca, Pellegrini o Sáenz Peña, sólo que ponían énfasis en la vigencia del sistema republicano y también fuerte condimento moral. Querían las libertades, pero todas y aspiraban a una idealista asociación de la política con la ética. Pretendían, pues, consolidar el progreso blindándolo con cimientos pétreos.

Se produjo una bisagra y el progreso se detuvo ¿Para qué fijar ese hito aciago en una fecha precisa? Hubo un momento en que la Argentina paralizó su pulsión progresista ¿Sensación de que había llegado la hora de repartir, que ya habíamos trabajado suficiente? ¿Caída de la ambición colectiva de ser una gran Nación? ¿Degradación de las clases dirigentes? ¿Errores políticos como marchar con el embajador norteamericano en la vanguardia? ¿Desacople con los tiempos sociales en boga en los treinta? Motivos hubo y variopintos. Lo cierto es que adoptamos el camino de la baja de la productividad, las rentas nacionales decayeron, el gasto público se incrementó, la inflación golpeteó nuestras puertas una y otra vez, la desestabilización de la macroeconomía se tornó una crónica morbilidad.

Aquel país del Sur admirable empezó a retroceder hasta el punto de ser el único en todo el orbe que declinó en el último medio siglo. Otros sufrieron descensos pero temporarios. El nuestro fue constante. En todo caso, nuestros  ascensos fueron tan excepcionales como efímeros.

No existe otra alternativa que cambiar a fondo. Con cirugía mayor. Como se trata de una cuestión vital para el país debemos abordarla como lo hace una familia ante una decisión crucial acerca de uno de sus miembros gravemente enfermo. Deliberan brevemente y autorizan al cuerpo médico a operar, asumiendo los riesgos.

Se impone un gran acuerdo nacional sobre siete magnas estrategias empezando por un pacto antiinflacionario que incluya cláusulas de productividad laboral, rebaja del gasto público y de impuestos, favoreciendo las inversiones. La otra gran concordancia se centra en abrir la economía hacia la libertad de emprender, con la mayor amplitud, sin perjuicio de los resguardos y plazos que deben darse a los actores para su reacomodamiento. En el plano político, la concertación debe incluir que durante veinte años – cinco períodos presidenciales – habrá rotación partidaria en la cabeza del Poder Ejecutivo y gobierno de coalición. Así se podrá gestionar para el interés general en lugar de la obsesión electoral que obnubila, traba, desvirtúa y descalifica medidas y decisiones, siempre atendiendo a la coyuntura, postergando las soluciones.

Dentro de la siete Políticas hay una insoslayable para restaurar la confianza: un pacto nacional antiimpunidad. A esa mesa también debe sentarse la Corte.  Será la única de esas siete donde deberá estar. En las otras, la preservación de su independencia configura una de las claves para retomar la gran vía del progreso.

Diputado nacional (UNIR-Juntos por el Cambio)

Deja una respuesta