20 de abril de 2024

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«El verdadero lastre es insistir en el error» Por Juan Carlos Romero

En las últimas horas hemos conseguido el triste logro de haber transformado una celebración por el trigésimo aniversario de la creación del Mercosur en un incidente diplomático con nuestros vecinos.

Acaso emulando a su admirado Néstor Kirchner, el Presidente de la Nación quedó enfrentado con las autoridades del Brasil y el Paraguay al tiempo que se embarcó en un conflicto innecesario, gratuito y contraproducente con el Uruguay. La cumbre del Mercosur -celebrada en forma virtual el pasado viernes 26- desnudó las diferencias profundas que separan al gobierno argentino y a sus pares de la región.

Los hechos tienen lugar mientras la Argentina atraviesa la crisis más severa de toda su historia moderna. Una triste realidad marcada por un desorden macroeconómico que prácticamente ha obstaculizado toda la actividad productiva del país a través de un conjunto insoportable de impuestos, tasas, gabelas, engorrosas regulaciones e infinitas trabas a las fuerzas del capital y el trabajo. La persistente inflación en torno al 40 por ciento anual que nos acompaña hace varios años refleja ese drama, con el agravante de que tiene lugar cuando prácticamente la totalidad de los países del globo han logrado erradicar el flagelo inflacionario desde hace décadas. Pero a su vez la Argentina ha exhibido un desempeño económico notablemente peor que el resto de los países de la región dado que la caída del PBI argentino en 2020 (-11 por ciento) es aproximadamente el doble que la de Brasil o Chile. Un agravante no puede ser olvidado. La contracción económica argentina lleva tres años y -bien evaluado- puede sostenerse que en rigor el país no crece desde hace aproximadamente una década habiendo generando un aumento de la pobreza que hoy se loacerca a la inaceptable cifra del cincuenta por ciento de la población.

La lectura de esa patética realidad indicaría que un curso de acción prudente aconsejaría reforzar una estrategia de confluencia regional con nuestros vecinos y socios para enfrentar las graves dificultades que se presentan. Ese comportamiento cauteloso y responsable se vuelve aún más necesario toda vez que en el escenario global parece dibujarse un incremento progresivo en la rivalidad geopolítica entre Washington y Beijing, los dos centros de poder mundial con los que la Argentina necesita tener las mejores relaciones posibles. Al mismo tiempo, la coordinación de políticas comunes con nuestros vecinos resulta un imperativo categórico de cara a esos desafíos. Lejos de ello, las autoridades argentinas optaron por transformar la última cumbre del Mercosur en un campo de batalla para satisfacer a los trasnochados militantes setentistas del Instituto Patria y al club tercermundista del llamado Grupo de Puebla al que el primer mandatario adhiere con entusiasmo.

Pero lejos de las promesas de campaña, cuando el hoy Jefe de Estado prometió relaciones exteriores maduras y pragmáticas, en los hechos el gobierno practicó una diplomacia que lo ha colocado una y otra vez en las antípodas con respecto a sus pares de la región. Esa actitud se verificó en las elecciones de autoridades de la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Banco InterAmericano de Desarrollo (BID) y en su rechazo a los esfuerzos diplomáticos del Grupo de Lima por alcanzar una salida institucional a la interminable crisis venezolana. Fue en todas esas materias donde la diplomacia argentina adoptó un curso de acción que desafió la voluntad de los miembros del Mercosur y la mayoría de las capitales del hemisferio, al tiempo que implican una innecesaria provocación a los Estados Unidos en el mismo momento en que el ministro de Economía se encuentra en Washington negociando con el FMI.

Dos premisas parecieron guiar la conducta internacional del gobierno argentino. La primera, aquella basada en la repetida práctica de subordinar la estrategia de política exterior a las necesidades de la política doméstica y a la pretensión de conseguir demagógicamente resultados de cortísimo plazo. Y la segunda resulta de la equivocada y primitiva idea de conducir la política internacional en base a afinidades ideológicas y gustos personales.

Pero las relaciones entre estados soberanos deben conducirse conforme a criterios de Estado. En los años 80 y comienzos de los 90, el entendimiento entre el presidente francés Francois Mitterand y el canciller alemán Helmut Kohl fue clave para avanzar hacia el Tratado de Maastricht y la institucionalización de los pilares que condujeron a la creación de la Unión Europea. Uno era socialista. El otro conservador. Pero ello no fue óbice para que trabajaran en conjunto en pos del interés nacional de ambas naciones.

Entre nosotros, el proceso de integración con nuestros vecinos resulta una de las pocas políticas de Estado inauguradas desde la recuperación democrática hace casi cuarenta años. Ello es el fruto de años de esfuerzos de las sucesivas administraciones que se sucedieron en el poder desde 1983 y de la comprensión por parte del conjunto del liderazgo de nuestro país por comprender los designios de los tiempos.

Tal vez resulte útil evocar aquel espíritu. Entonces, las incipientes democracias de Argentina y Brasil heredaron de sus dictaduras una directriz de política exterior basada en sospechas e hipótesis de conflictos que hasta incluían una inquietante carrera por alcanzar armamento nuclear. Un paso fundamental para despejar estas perturbadoras amenazas a la paz regional se alcanzó con la Declaración Conjunta sobre Política Nuclear, documento anexo a la Declaración de Foz de Iguazú firmada el último día de noviembre de 1985 entre los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney que pasaría a la historia como el “embrión del Mercosur”. La firma del Tratado de Asunción, perfeccionada el 26 de marzo de 1991 por los presidentes Carlos Menem (Argentina), Fernando Collor de Melo (Brasil), Andrés Rodríguez (Paraguay) y Luis Lacalle Herrera (Uruguay) terminaría de dar nacimiento al bloque.

Una política exterior al servicio de una estrategia de modernización y crecimiento requiere una lectura realista de las tendencias vigentes en el orden global y debe reconocer la necesidad de encontrar con nuestros vecinos los puntos de afinidad para avanzar en conjunto en un mundo plagado de desafíos y oportunidades.

El verdadero lastre es insistir con ideas equivocadas que nos condujeron al fracaso.

 

Juan Carlos Romero es senador nacional por Salta

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