La capital de la Banda Oriental, se encontraba sitiada por tierra por las tropas de la Confederación y del General Oribe. Montevideo era defendida por los emigrados argentinos, franceses, españoles, italianos, ingleses. Rosas ordena el bloqueo naval; los extranjeros viendo perjudicados sus intereses comerciales se alistan en la defensa de la ciudad. Semanas mas tarde, y cuando los sitiados en Montevideo habían perdido las esperanzas de auxilio internacional, arriba a Bs As la «comisión mediadora» integrada por el inglés William Ouseley y el francés Deffaudis, a bordo de los primeros buques de guerra a vapor que navegan por el Río de la Plata. Confiados en el respaldo de la flota exigen el retiro de las tropas de la Confederación y el levantamiento del bloqueo. Aseguraban estar autorizados para usar la fuerza si era necesario. Rosas no se conmueve, invoca su carácter de beligerante y la soberanía sobre los ríos interiores; además sostiene la legitimidad del General Oribe como presidente legal del Uruguay. Ante el ultimátum de los ministros extranjeros, Rosas, inflexible, les mandó extender los pasaportes; es decir, los expulsó de Buenos Aires. El 2 de agosto, la escuadra anglo-francesa se apoderó de la flota argentina y desembarcó tropas en Montevideo. Los agresores izan sus pabellones en las embarcaciones nacionales al mando del valiente Brown.
El pretexto con que Inglaterra y Francia pretendieron encubrir su agresión militar fue que la guerra entre Montevideo y Buenos Aires perjudicaba el comercio. En realidad se trataba lisa y llanamente de la conquista por las armas de la cuenca del Plata y de los territorios que bañaban sus ríos. Pretendían dominar la Banda Oriental y establecer allí sus bases de operaciones comerciales (también militares) sobre los ríos internos. En este sentido, la política americanista de Rosas en defensa de la independencia de Uruguay y el reconocimiento de Oribe como su autoridad, como así también su poder real sobre el interior de la Confederación eran un obstáculo para los intereses de los agresores.
Rosas declaró piratas a los barcos de las potencias agresoras. La Confederación se encontraba jaqueada por potencias europeas y además, por todos sus vecinos, interesados en ensanchar sus fronteras. En tanto, los unitarios cometían actos de alta traición a la patria; Sarmiento incitaba a Chile a apoderarse del estrecho de Magallanes; Florencio Varela proponía la independencia de la Mesopotamia; y Echeverría alentaba a los invasores. En cambio, el pueblo acompañaba a Rosas, pero también lo hacían los padres de la patria. San Martín le ofrecía sus servicios y le obsequiaba su sable; Brown aceptaba la conducción de la escuadra; Manuel Moreno representaba a la Confederación en Inglaterra y Tomás Guido hacía lo propio en Río de Janeiro.
La Sala de Representantes aprobó la conducta de Rosas en vibrantes discursos patrióticos: «La guerra es una gran calamidad pero sus estragos son preferibles a la ignominia. No hay causa más poderosa ni más justa que el honor de una nación».
En septiembre de 1845 los invasores bombardearon, tomaron y saquearon Colonia del Sacramento y ocuparon Martín García. Allí se «destacó» Garibaldi, quien luego atacó a lo largo del río Uruguay las ciudades de Gualeguaychú, Concordia, Paysandú y Salto, saqueando todo lo que encontraba a su paso. El 18 de septiembre se declaró oficialmente el bloqueo de los puertos argentinos y a fines de ese mes fue ocupado el puerto uruguayo de Maldonado, para atacar por la espalda a Oribe. Casi simultáneamente se conocía la noticia que se preparaba un convoy para remontar el Paraná hasta Corrientes y Paraguay custodiado por buques de guerra «en demostración» de no existir soberanía argentina sobre el río.
El 20 de noviembre de 1845 tuvo lugar la batalla de La Vuelta de Obligado. El río Paraná, después de tomar dirección norte-sur, dobla hacia el S.E y es este lugar al que se conoce como Vuelta de Obligado. Era un lugar de paso forzoso para las escuadras enemigas que querían llegar al Paraguay. En ese lugar entraron en posición las baterías de artillería del General Lucio Mansilla, para aumentar la eficacia de los fuegos de posición se procuró la detención del avance de las naves enemigas cruzando tres gruesas cadenas ancladas sobre la posición y atadas en el otro extremo próximo a la orilla izquierda del río. La disparidad de fuerzas era abrumadoramente desfavorable. La flota enemiga se componía de 11 buques con 99 cañones, entre ellos tres vapores, seguidos por una flota de cien buques mercantes cargados de productos. La escuadra anglo-francesa desafiaba abiertamente a Rosas pero sobre todo, ofendía nuestra soberanía nacional Así lo entendían los combatientes de Obligado que al mando de Mansilla y antes de iniciar la batalla proclamó: «Milicianos del departamento del Norte! Valientes soldados federales, defensores denodados de la Independencia de la República y de la América! Los insignificantes restos de los salvajes unitarios que han podido salvar de la persecución de los victoriosos ejércitos de la Confederación y orientales libres, en las memorables batallas de Arroyo Grande; India Muerta y otras; que pudieron asilarse en las murallas de la desgraciada ciudad de Montevideo, vienen hoy sostenidos por los codiciosos marinos de Francia e Inglaterra, navegando las aguas del gran Paraná, sobre cuya costa estamos para privar su navegación bajo de otra bandera que no sea la nacional! Vedlos, camaradas, allí los tenéis!…Considerad el tamaño insulto que vienen haciendo a la soberanía de nuestra patria, al navegar las aguas de un río que corre por el territorio de nuestra República, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos. Pero se engañan esos miserables: aquí no lo serán!!… No es verdad camaradas? Vamos a probarlo!…Suena el cañón! Ya no hay paz con la Francia ni con Inglaterra!!! Mueran los enemigos!!…Tremóle en el río Paraná y en sus costas el pabellón azul y blanco, y muramos todos antes que verlo bajar de donde flamea. Sea ésta vuestra resolución, a ejemplo del heroico y gran porteño, nuestro querido gobernador brigadier Don Juan Manuel de Rosas, y para llenarla contad con ver en donde sea mayor el peligro a vuestro jefe y compañero el General Lucio Mansilla. Viva la Patria! Viva la Federación! Viva su heroico defensor Don Juan Manuel de Rosas! Mueran los salvajes unitarios y sus viles aliados anglo-franceses!»
«Grand Bourg, 10 de mayo de 1846
Mi querido amigo:
Sarratea me entregó a mi llegada a ésta su muy apreciable del 12 de Enero; a su recibo ya sabía la acción de Obligado. ¡Qué iniquidad! De todos modos los interventores habrán visto por este “hechantillón” que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el de abrir la boca: a un tal proceder, no nos queda otro partido que el de no mirar el porvenir y cumplir con el deber de hombres libres, sea cual fuere la suerte que nos depare el destino; que por mi íntima convicción, no sería un momento dudosa en nuestro favor, si todos los argentinos se persuadiesen del deshonor que recaerá sobre nuestra patria, si las naciones europeas triunfan en esta contienda, que en mi opinión es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España. Convencido de esta verdad, crea usted mi buen amigo, que jamás me ha sido tan sensible, no tanto mi avanzada edad, como el estado precario de mi salud, que me priva en estas circunstancias ofrecer a la patria mis servicios, no por lo que ellos puedan valer, sino para demostrar a nuestros compatriotas, que aquella tenía aun un viejo servidor cuando se trata de resistir a la agresión la más injusta y la más inicua de que haya habido ejemplo…”
José de San Martín en carta a Tomás Guido
Federico Gastón Addisi es Dirigente Peronista. Director Cultura Fund Rucci. Columnista de NCN. Historiador revisionista y escritor.