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Perón, teniente rosista y presidente sanmartiniano. La confirmación del revisionismo histórico como movimiento popular, nacional y federalista.

Por Marcelo Gullo

La verdad histórica y la política nacional

El tres veces presidente constitucional de la República Argentina el General Juan Domingo Perón fue, sin duda alguna, un profundo conocedor de la “verdadera” historia argentina y un gran admirador del Brigadier General Juan Manuel de Rosas. Sin embargo, muchos militantes del campo nacional y popular desconocen, hoy día, la admiración de Perón por la figura de Juan Manuel de Rosas y su decidida adscripción al revisionismo histórico.

Tanto más grave es el desconocimiento de ese hecho por parte de ensayistas e historiadores que se ubican, desde hace poco, en el campo nacional y popular. Por otra parte algunos historiadores “mitroliberales” o “mitromarxistas”, poco profundos creen que Juan Domingo Perón adhirió al revisionismo histórico luego de su derrocamiento, en septiembre de 1955, como reacción a la autodenominada “revolución libertadora” que definía al golpe de estado de septiembre e 1955 como un “Nuevo Caseros” y al gobierno del General Perón, como la “Segunda Tiranía” (Goebel, Michael, 2004: 251)

Se impone, entonces, documentar la temprana adscripción del joven Perón, a la figura de Juan Manuel de Rosas, y al revisionismo histórico. Por otra parte, es preciso detallar las declaraciones y acciones que, para restablecer la verdadera Historia de la Argentina, realizó Juan Domingo Perón, en su dilatada carrera política.

Importa precisar que este tema no reviste un carácter simplemente historiográfico, sino sustancialmente político, pues los más jóvenes y los no tan jóvenes, suelen ignorar que –como afirmaba Arturo Jauretche en Política nacional y revisionismo histórico- “sin el conocimiento de una historia auténtica no es posible el conocimiento del presente, y el desconocimiento del presente lleva implícita la imposibilidad de calcular el futuro, porque el hecho cotidiano es un complejo amasado con el barro de lo que fue y el fluido de lo que será, que no por difuso es inaccesible e inaprensible”. (Jauretche, Arturo, 2006: 14) Sin duda alguna, “la verdad histórica es el antecedente de cualquier política que se defina como nacional.”(Jauretche, Arturo, 2006: 16)

 

El joven teniente rosista

 

Habitualmente, el joven teniente Juan Domingo Perón, escribía afectuosamente hasta dos cartas mensuales a sus padres, manifestándoles, asiduamente, su estado de ánimo y alguna que otra apreciación personal de la situación política nacional e internacional. Así, el 26 de noviembre de 1918, el joven oficial de infantería, tomó unas hojas membretadas del Casino de Oficiales del Arsenal Esteban de Luca, en que revistaba y se dispuso a escribir a sus padres. Prolijamente estampada la letra de Juan Perón comenzó a fluir en perfecta horizontalidad con respecto a los márgenes. (Crespo, Jorge, 1998)

En dicha carta, que constituye un documento histórico de trascendental importancia, el Teniente Perón escribió:

“Mis queridos padres:

Hoy he recibido carta y me alegra mucho que estén buenos y contentos con el triunfo de las ideas aliadas; pero debo hacer presente que no está bien eso de la lista negra, por cuanto es un atropello…No olvides papá que este espíritu de patriotismo que vos mismo supiste inculcarme, brama hoy un odio tremendo a Inglaterra que se reveló en 1806 y 1807 y con las tristemente argentinas Islas Malvinas, donde hasta hoy hay gobierno inglés; por eso fui contrario siempre a lo que fuera británico, y después del Brasil a nadie ni nada tengo tanta repulsión.

Francia e Inglaterra siempre conspiraron contra nuestro comercio y nuestro adelanto y si no a los hechos:

En 1845 llegó a Buenos Aires la abrumadora intervención anglo-francesa; se libró el combate de Obligado, que no es un episodio insignificante de la Historia Argentina, sino glorioso porque en él se luchó por la eterna argentinización del Río de la Plata por el cual luchaban Francia e Inglaterra por política brasilera encarnada en el diplomático Visconde de Abrantes. Rosas…, fue el más grande argentino de esos años y el mejor diplomático de su época, ¿ no demostró serlo cuando en medio de la guerra recibió a Mr. Hood…No demostró ser argentino y tener un carácter de hierro cuando después de haber fracasado diez plenipotenciarios ingleses consiguió más por su ingenio que por la fuerza de la República que en esa época constaba solo con 800.000 habitantes; todo cuanto quiso y pensó de la Gran Bretaña y Francia; porque fue gobernante experto y él siempre sintió gran odio por Inglaterra porque esta siempre conspiró contra nuestro Gran Río, ese grato recuerdo tenemos de Rosas que fue el único gobernante desde 1810 hasta 1915 que no cedió ante nadie ni a la Gran Bretaña y Francia juntas y como les contestó no admitía nada hasta que no saludasen al pabellón argentino con 21 cañonazos porque lo habían ofendido; al día siguiente, sin que nadie le requiriera a la Gran Bretaña, entraba a Los Pozos la corbeta Harpy y, enarbolando el pabellón argentino al tope de proa, hizo el saludo de 21 cañonazos. Rosas ante todo fue un patriota. (Chávez, Fermín, 2001: 22)

La carta, dirigida a su padre don Mario Perón residente en Malaspina, en la provincia de Chubut, no tiene desperdicio para un conocimiento profundo y serio del pensamiento del joven oficial que, a la sazón, tenía 23 años.

La carta, escrita sin ningún tipo de intencionalidad política, expresa el sentimiento auténtico del joven Perón sobre la figura histórica de Juan Manuel de Rosas.

Es evidente que Perón ya había descubierto la falsificación de la historia realizada por Mitre y su descendencia intelectual y que, el joven teniente, sentía una profunda admiración por la figura de Rosas. Por otra parte, como afirma Fermín Chávez, la “referencia a la intervención decisiva del vizconde de Abrantes indica que – Perón – no tocaba de oído”. (Chávez, Fermín, 2001: 23)

Los documentos históricos, no dejan, así, lugar a ninguna duda sobre la adhesión del joven Juan Domingo Perón, alrevisionismo histórico.

El 8 de enero de 1970, desde su exilio madrileño, Perón le escribía a Manuel de Anchorena:

He recibido su amable carta del 24 de diciembre próximo pasado y le agradezco el envío de la publicaciones sobre la campaña Pro-Repatriación de los restos del Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas y para la solidificación de las bases de nuestra liberación nacional. Ambas cosas deben merecer la preocupación patriótica de los argentinos, porque para asegurar el destino de la Patria es tan importante defender su futuro como hacer justicia a su pasado. Don Juan Manuel, no solo ha tenido la gloria de su grandeza, sino que también ha merecido el honor que le han rendido la infamia y la calumnia de los hombres pequeños…Desde niño ha repugnado a mí espíritu cuanto se ha escrito sobre Rosas en las ‘historias’ fabricadas por escribas de la ignominia y el rencor.

Hace muchos años, en oportunidad de realizar investigaciones históricas en el Archivo General de la Nación, se me ocurrió echar una ojeada a los archivos documentales de la época de la Santa Federación y me fue dado comprobar que la documentación existente era totalmente desconocida…Ha sido necesario esperar la acción de los revisionistas históricos para conocer una realidad oculta bajo la oscuridad nefasta de la mentira.” (Anchorena, Manuel, 1990: 32)

 

La estrategia del presidente Perón para reivindicar a Rosas

Cuando el teniente Perón manifestó a su padre su admiración por Rosas, gobernaba la Argentina el presidente Hipólito Yrigoyen quien – como afirma Arturo Jauretche- mantenía su rosismo como un culto secreto que practicaba en su círculo intimo de amigos, sin atreverse, jamás, a profesarlo públicamente.[1]

Cuando Juan Domingo Perón fue, a partir de 1946, presidente de los argentinos, aparentemente tampoco emprendió la reivindicación histórica de Juan Manuel de Rosas. Cabe entonces realizar la siguiente pregunta: ¿No pudo, no supo o no quiso el presidente Perón asumir la defensa de Juan Manuel de Rosas al que había calificado, siendo joven, como “el más grande argentino de su época”?

Para responder acertadamente a esta pregunta es preciso entender que Perón como político y estadista nunca fue un jugador de póker, sino de ajedrez. Es preciso comprender que, en esos años, reivindicar a Rosas, era equivalente a reivindicar, en nuestros días a un dictador genocida como Rafael Videla.

Rosas no había sido ni un tirano ni un asesino – como lo presentaba la historia mitrista hegemónica en todos los niveles de la educación en argentina desde la escuela primaria a la Universidad- y Perón lo sabía perfectamente pero, dado que la mayoría de los argentinos habían sido educados en el antirosismo, llegó a la conclusión de que había que llegar a la reivindicación histórica de Rosas de forma indirecta.

Todavía, en la década de 1940, Bernardino Rivadavia aparecía como la figura histórica más importante de la historia argentina. Fue entonces que Perón planificó que, el año 1950, debía ser el Año Sanmartiniano. Puesto San Martín como figura central de la Historia Argentina, el estudio de su accionar político y de su epistolario, conduciría, como una autopista, al triunfo del revisionismo histórico pues quedaría en evidencia la enemistad entre San Martin y Rivadavia y la admiración del Libertador por Juan Manuel de Rosas. Este fue el razonamiento de ese gran ajedrecista político que fue Juan Domingo Perón.

Perón, llegó a la conclusión de que los argentinos, estudiando profundamente la vida de San Martín, descubrirían que, desde el inicio de su gobierno, Rivadavia se negó, por completo, a colaborar con los ejércitos que luchaban contra los realistas españoles. Que Rivadavia negó todo tipo de ayuda, tanto al ejército de Martín Miguel de Güemes, que daba batalla en Salta y Tarija, como al Ejército Libertador del Gral. José de San Martín, que combatía en el Perú. Que los dos delegados, enviados por San Martín, para solicitar ayuda financiera y apoyo logístico para culminar la Guerra de Independencia, obtuvieron como respuesta, por parte de Rivadavia y la Legislatura de la Provincia que, a Buenos Aires le convenía que no se fueran los realistas de Perú y que Buenos Aires debía replegarse sobre sí misma.[2]

Por otra parte, Perón apostando al largo plazo, estaba seguro que los argentinos se harían una idea más acabada, tanto de las condiciones morales como de los resultados de la interesada administración de Bernardino Rivadavia, con sólo poder conocer algunos fragmentos – ocultados por la historia oficial – del intercambio epistolar entre dos héroes americanos del más elevado valor moral y patriótico, como lo fueron San Martín y O´Higgins, quienes, por lo demás, -comprobarían los argentinos educados en la historia oficial- fueron víctimas directas, tanto en lo personal como en la actividad política y militar, de la acción de Rivadavia.

Perón estaba seguro de que ubicando a San Martín como figura central de la Historia Argentina sus conciudadanos llegarían, por fin, al conocimiento de documentos históricos sustanciales como la correspondencia epistolar entre San Martin y O’Higgins y entre San Martín y Rosas y que, entonces, podrían leer párrafos como los que siguen:

“Ya habrá sabido Vd.,- le decía San Martín a O´Higgins- la renuncia de Rivadavia. Su administración ha sido desastrosa. Y sólo ha contribuido a dividir los ánimos; él me ha hecho una guerra de zapasin otro objeto que minar mi opinión suponiendo que mi viaje a Europa no había tenido otro objeto que el de establecer Gobiernos en América. Yo he despreciado tanto esas groseras imposturas, como su innoble persona.” (Abad, Placido, 1928: 13) Le escribía San Martín a O´Higgins, el 20 de octubre de 1827, desde Bruselas.

Por su parte, O´Higgins se despachaba, en su respuesta epistolar, de fecha 16 de Agosto de 1828 – desde su exilio peruano – de modo, si cabe, más violento aún:

“Un enemigo tan feroz de los patriotas,- agregaba- como don Bernardino Rivadavia, estaba deparado por arcanos más oscuros que el carbón, para humillarlos y para la degradación en que su desastrosa administración ha dejado a un pueblo generoso que fue la admiración y la baliza de las repúblicas de la América de Sur. Este hombre despreciable, no sólo ha ejercido su envidia y su encono en contra de Ud.; no quedaba satisfecha su rabia y acudiendo a su guerra de zapa, quiso minarme en el retiro de este desierto, donde, por huir de ingratos, busco mi subsistencia y la de mi familia con el sudor de mi frente. Yo nunca lo conocí personalmente y él sólo me conoce por mis servicios a la patria y me escribieron de Buenos Aires que, por su disposición, se dieron los artículos asquerosos que aparecieron contra mi honradez y reputación en los periódicos de Buenos Aires de aquella afrentosa época.” (Abad, Placido, 1928:14)

En momentos en que San Martín cruza esta correspondencia con O’Higgins, el Libertador temía que la anarquía fratricida en que los unitarios habían sumido a la Argentina, terminara por derrumbarla y por hacer fracasar la lucha por su independencia para la que tanto se había sacrificado. Es por ello que, el 3 de abril de 1829, le escribe a su amigo Tomás Guido:

“Para que el país pueda existir, es de necesidad absoluta, que uno de los dos partidos en cuestión desaparezca de él. Al efecto se trata de buscar un salvador que, reuniendo el prestigio de la victoria, el concepto de las demás provincias y más que todo un brazo vigoroso, salve a la Patria de los males que la amenazan.” (O’Donnell, Pacho 2010: 154)

El 13 de abril de 1829, San Martín le vuele a escribir carta a O´Higgins:

“Los autores del movimiento del 1º de diciembre-dijo- son Rivadavia y sus satélites, y a Vd. le consta los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a este país, sino al resto de América, con su infernal conducta; si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres; pero, es necesario enseñarles la diferencia que hay de un hombre de bien a un malvado.” (Abad, Plácido, 1928: 37)

 

El 5 de agosto de 1838, el Libertador Gral. José de San Martín indignado, por la intervención francesa en el Río de la Plata – que tenía como objetivo oculto la creación de la República de la Mesopotamia bajo protectorado francés- y, por el apoyo que los unitarios daban a la misma, le escribe a Juan Manuel de Rosas la primera de una larga serie de cartas en la que pone su espada al servicio de la Confederación Argentina en el caso de que se desate la guerra abierta contra Francia:

“He visto por los papeles públicos de esta, el bloqueo que el gobierno Francés ha establecido contra nuestro país; ignoro los resultados de esta medida; si son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano…Ud. sabrá valorar, si usted me cree de alguna utilidad, que espere sus ordenes; tres días después de haberlas recibido me pondré en marcha para servir a la patria honradamente, en cualquier clase que se me destine.” (Chávez, Fermín, 1975: 12)

El 10 de junio de 1839, el Libertador más indignado aún, por el apoyo que los unitarios exiliados en la Banda Oriental del Uruguay – entre los que se encontraban entre otros Bernardino Rivadavia, José Ignacio Álvarez Thomas, Juan Lavalle, Salvador María del Carril, Florencia Varela y Juan Cruz Varela-   brindan a Francia, en su agresión contra la Confederación Argentina, le escribe a Juan Manuel de Rosas:

“lo que no puedo concebir es que haya americanos que, por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede desaparecer.” (Chávez, Fermín, 1975: 16)

Cabe acotar para mejor comprender la indignación de San Martín que el libertador también estaba en conocimiento de que desde Buenos Aires Carlos María de Alvear se había dirigido, ya en 1835, epistolarmente al Mariscal Andrés de Santa Cruz, presidente de la Confederación Peruano-boliviana, a fin de pactar que este se uniera al gran plan para acabar con Rosas, a cambio de la incorporación de las provincias de Jujuy, Salta, Tucumán y Catamarca a la Confederación Peruano-boliviana. Tampoco ignoraba San Martín que Domingo Cullen, quién había asumido formalmente el gobierno de Santa Fe tras la muerte de Estanislao López, el 5 de junio de 1838 le había propuesto a los invasores franceses separar de la Confederación Argentina a las provincias de la Mesopotamia y a Santa Fe, para constituir una república independiente bajo protectorado europeo.

El 23 de enero de 1844, San Martín dicta su testamento y, exultante por el triunfo de la Confederación Argentina en la guerra contra Francia, establece en la cláusula tercera del mismo:

“El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sur le será entregado al general de la república Argentina Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla. (Chávez, Fermín, 1975: 13)

El 6 de mayo de 1850, el Libertador General San Martín, le escribe, desde Boulogne-Sur-Mer, la última de sus cartas, al Brigadier Juan Manuel de Rosas:

“Mi respetado General y amigo:

No es mi ánimo quitar a Ud. Con una larga carta, el precioso tiempo que emplea en beneficio de nuestra patria…como argentino me llena de un verdadero orgullo, al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra patria; y todos estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles, en que pocos Estados se habrán hallado. Por tantos bienes realizados, yo felicito a Ud. Sinceramente, como igualmente a toda la Confederación Argentina. Que goce Ud. De salud completa y que al terminar su vida pública, sea colmado del justo reconocimiento de todo Argentino, son los votos que hace y hará siempre a favor de Ud. este su apasionado Amigo y compatriota. ” (Chávez, Fermín, 1975: 34)

Dentro del marco de los festejos del bicentenario del nacimiento del Libertador General San Martín, el gobierno peronista procedió a rebautizar la calle Carlos María de Alvear, como avenida del Libertador. La estrategia que Perón eligió para reivindicar la memoria de Rosas fue, evidentemente una estrategia de largo plazo y, convencido como estaba de que para tales fines era mejor persuadir que imponer, durante sus dos primeros gobiernos, el presidente Perón, no repatrió los restos de Juan Manuel de Rosas, como muchos de sus seguidores – entre ellos John Williams Cooke – hubieran deseado pero, no es difícil imaginar que, si hubiera procedido a la repatriación la suerte del cadáver de Rosas no hubiera sido muy distinta que la que sufrió el cadáver de Evita, varias veces ultrajado y profanado. [3]

Sin embargo, es preciso mencionar que fue durante la segunda presidencia de Perón que se llevó a cabo, el 5 de diciembre de 1953, el primer homenaje oficial a los héroes de la Vuelta de Obligado, por resolución del gobierno de la provincia de Buenos Aires, encabezado, en ese entonces, por el Mayor Carlos Aloé. Este homenaje se volvió a repetir el 20 de noviembre de 1954 y su orador principal fue el ministro de Educación bonaerense, el doctor Raymundo J. Salvat.

En una entrevista que, en 1973, le realizara Tulio Jacovella, a Juan Domingo Perón, el periodista le preguntó el por qué durante sus dos primeros gobiernos había sido tan tibio el apoyo oficial al revisionismo histórico y le manifestó que muchos intelectuales marcaban que no había habido una política educativa claramente revisionista. Perón respondió entonces:

“Tienen razón. Había que esperar que existiera una conciencia nacional bien difundida a todos los niveles. Estos hechos deben madurar, y para eso hace falta muchos años. Fíjese usted que teníamos que enfrentarnos con cien años de mentiras, y estas cosas no se pueden hacer por decreto. Teníamos maestros y profesores secundarios, y hasta universitarios, que habían sido formados – en realidad deformados inconscientemente- durante muchas generaciones desde el primer grado de la escuela primaria. Además, estaban los medios masivos de información que respondían a esa óptica por razones obvias. Pero ahora es distinto: el pueblo pide, como un derecho más, la verdad histórica… ¡Hemos devuelto los trofeos de guerra del Paraguay, y no vamos a repatriar con la debida solemnidad los restos de Rosas, legatario del sable del Libertador!” (Perón, Juan Domingo, 2002: 385)

 

 

El golpe de estado de 1955 y la línea Mayo-Caseros.

Derrocado el gobierno constitucional del general Perón en septiembre de 1955 por un reducido grupo de golpistas – apoyados secretamente por el gobierno inglés- procedieron estos a denominar al golpe y, al gobierno surgido de este, como la “revolución libertadora”.

Como había ocurrido desde la campaña electoral de la Unión Democrática, en 1945, cuando las diferentes corrientes políticas que integraban la oposición a Perón – conducida y financiadas por el embajador norteamericano Spruille Braden- habían utilizado la modalidad retórica de hacer comparaciones peyorativas entre Perón y Rosas, los publicistas de la autodenominada “revolución libertadora”, (Goebel, Michael, 2004)concibieron que la campaña antiperonista debía realizarse en forma prácticamente inseparable de la política de vilipendio contra Rosas. Fue por ello que se decidió que, en todos los discursos oficiales una, y otra vez, se debía recordar que, “los acontecimientos de fines de 1955 debían ser entendidos como una repetición análoga del derrocamiento de Rosas.” (Goebel, Michael, 2004: 254)

Fue entonces dentro de esa estrategia propagandista que, por instigación del almirante Isaac Rojas, en octubre de 1955, la dictadura militar que derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón, mediante el decreto-ley 479 del 7 de octubre procedió a crear una comisión nacional destinada a investigar lo que la dictadura denominaba “excesos del peronismo”. Los resultados de esa supuesta investigación se publicaron, poco después, bajo el título “Libro negro de la segunda tiranía.”[4]

En noviembre de 1955, el general Pedro Eugenio Aramburu, luego de realizar un golpe palaciego, se hizo del poder auto-titulándose presidente provisional de la Argentina.

En su discurso de asunción afirmó que su gobierno era la continuación de la “línea Mayo-Caseros”. En esa oportunidad el general doblemente golpista pronunció las siguientes palabras: “Un solo espíritu alienta al movimiento de la Revolución: es el sentimiento democrático de nuestro pueblo, que afloró en 1810 y resurgió después de Caseros.” (Aramburu, Pedro Eugenio y Rojas, Isaac F, 1956: 8)

Poco meses después, el 3 de febrero de 1955, Aramburu procedió, en el Colegio Militar, a conmemorar el aniversario de la batalla de Caseros afirmando en esa ocasión:

“Caseros no es sólo la batalla que devolvió a la Patria su libertad, sino también la reivindicadora de la gesta de Mayo escarnecida en la noche de la tiranía, y tan magna empresa fue afrontada con fe, patriotismo y ansias de justicia.”(Aramburu, Pedro Eugenio y Rojas, Isaac F, 1956: 49)

 

En su discurso, Aramburu, se olvidaba, al pasar, de “recordar” que Urquiza había ordenado fusilar en los primeros días después de Caseros, a 200 argentinos. “Después de Caseros –proclamó Aramburu en otros de sus discursos- el país no retrocedió ni miró el pasado sombrío; nadie añoró la época de la tiranía…los hombres de la Revolución Libertadora, en análogas circunstancias, tampoco lo haremos. (Aramburu, Pedro Eugenio y Rojas, Isaac F, 1956: 51)

Si, por un lado, la propaganda de la dictadura militar comparaba al gobierno de Juan Domingo Perón con el gobierno de Juan Manuel de Rosas, por otro, gustaba de establecer cierta analogía entre el gobierno del general Aramburu y los gobiernos de Mitre y Sarmiento. Quizás, Aramburu y Rojas establecían esa analogía porque el país que imaginó Sarmiento en el siglo XIX, era el mismo que ellos querían ver restaurado en pleno siglo XX, luego de la caída, en septiembre de 1955, del “segundo tirano”.[5]

Sin ningún lugar a dudas, el núcleo central del discurso propagandístico de la dictadura cívico-militar que derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón, consistió en asimilar, su supuesta misión histórica con la que habían cumplido Urquiza y los unitarios, al derrocar a Juan Manuel de Rosas, contando con la indispensable ayuda de las tropas brasileñas el 3 de febrero de 1852. En el plano discursivo estableció, entonces, la dictadura de Aramburu y Rojas, una analogía entre la batalla de Caseros y el golpe de estado que, en septiembre de 1955, habían perpetrado – con la ayuda británica- contra el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón. La dictadura militar consagró entonces la analogía – supuestamente denigratoria- entre Perón y Rosas.

Preciso es remarcar que, el alcance de esta propaganda se extendió hasta los programas de estudio de historia en las escuelas primarias, los colegios secundarios y las universidades. El prestigioso profesor Tulio Halperin Donghi, fue el encargado de darle, a la propaganda antiperonista de la dictadura, un cierto barniz científico académico.[6]

 

Perón que, desde su juventud había sido un fervoroso admirador de la figura de Juan Manuel de Rosas, procedió entonces, desde el exilio, a aceptar como un honor la analogía entre él y el Restaurador de las Leyes, don Juan Manuel de Rosas.

 

Desde el exilioPerón se identifica plenamente con Rosas

 

En 1957, Perón, con la publicación de su libro “Los Vendepatria”, encara, frontalmente, la reivindicación de la figura histórica de Juan Manuel de Rosas y asume, sin medias tintas y sin reparo alguno, el revisionismo histórico. No se trata, por cierto, de una conversión reciente u oportunista al revisionismo sino del desarrollo del mismo pensamiento sobre Rosas y la Historia Argentina que le había expresado a sus padres, en 1918, cuando en ese entonces el joven teniente Perón tenía 23 años.

“Desde 1806 – escribe Perón – nuestra historia es clara. Dos invasiones inglesas sucumbieron. La España de Fernando VII fue arrojada de nuestro territorio e ingleses y franceses aliados debieron regresar del Río de la Plata con las manos vacías…Si en los tiempos heroicos del siglo XVIII, la rudimentaria nacionalidad formada por los argentinos fue capaz de oponerse a la fuerza militar, que era el instrumento de las conquistas de la época, también ha debido luchar contra la insidia que ha pasado a ser el arma moderna. Los métodos de comprar nativos, hacerlos importantes y utilizarlos después como ‘caballos de Troya’, no es nuevo, ni es original. El General Aramburu es él último vendepatria y lo más lamentable es que el primero fue también un General: Carlos María de Alvear. Cómo ha vendido la Patria el General Aramburu, lo documento en este libro. Carlos María de Alvear no llegó sino a la intención, porque siendo Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, fue derribado violentamente del Gobierno, después de mandar la ‘Misión García’ a Río de Janeiro, con una nota para el embajador de Gran Bretaña, lord Strangford, en la que ofrecía entrar bajo tutela inglesa, obedecer su leyes y someter la soberanía. En Alvear se explica por su origen oligarca; mucho menos explicable lo es en Aramburu, descendiente de inmigrantes.”(Perón, Juan Domingo, 1974: 177)

En el capítulo quinto, titulado “La dictadura y el pueblo” refutando la línea “Línea Mayo-Caseros”, Juan Domingo Perón afirma:

“He deseado cerrar este libro con un capítulo referido al Pueblo y al antipueblo; el primero luchando por la independencia y el segundo en su línea histórica tradicional colonialista. Muchos que desconozcan la realidad, pensaran que el problema argentino es un problema ideológico o un conflicto de intereses internos, pero nada está más lejos de la realidad. Se trata sólo de un episodio más del drama argentino caracterizado por la lucha del Pueblo contra el vasallaje.” (Perón, Juan Domingo, 1974: 221)

 

 

Nótese que es el tal la importancia que Perónda al tema de la recuperación de la verdadera historia argentina que lo expone en su libro al final del mismo a modo de conclusión y que a la par que efectúa un agudo análisis histórico realiza un extenso relato de los acontecimientos:

“Para no ir más lejos -afirma Perón-, desde los tiempos de la independencia, aparecen estos episodios en cada uno de los hechos históricos que jalonan las etapas de la vida argentina. Ya, en el pronunciamiento inicial, del 25 de mayo de 1810, se mezclan los gritos de libertad con los de Fernando VII…El Directorio Supremo del General Carlos María de Alvear, retoma la línea reaccionaria y oligárquica y termina, como era de esperar, con la famosa ‘Misión García’ de neto corte entreguista. San Martín, para poder organizar su Ejército en Mendoza, debió vencer muchas veces el sabotaje y los ataques insidiosos de los traidores que llegaron hasta destituirlo de su cargo de Gobernador Intendente de Cuyo. A lo largo de su vida fue siempre perseguido por los agentes de la traición, al punto de verse obligado a vivir la mitad de ella en el destierro, obligado por las oscuras fuerzas reaccionarias. Es curioso que Bernardino Rivadavia, su peor enemigo, haya sido quien contrató el empréstito a Londres.” (Perón, Juan Domingo, 1974: 221)

Luego, Perón, entrando de lleno en el tema del rescate de la figura histórica de Juan Manuel de Rosas, afirma de manera inequívoca:

“El Gobierno del brigadier Don Juan Manuel de Rosas es, sin duda alguna, la elocuencia más evidente de esta sorda lucha. El debió enfrentar, no sólo el ataque de las escuadras inglesa y francesa, sino también a los traidores de adentro aliados a los enemigos externos de la Patria, hecho que hiciera exclamar al general San Martín, que ni el sepulcro podría borrar para ellos semejante infamia y que lo impulsara a donar su espada a Rosas como reconocimiento de argentino a su labor en defensa de la dignidad e integridad de la Patria, no solo contra los enemigos externos sino también contra los traidores emboscados. La dictadura -Aramburu/Rojas-, ha invocado la “Línea Mayo-Caseros” que manifiesta seguir. Es indudable que su confección es real. Ellos como los enemigos de Rosas, tienen su línea indiscutible; la de la traición a la Patria”(Perón, Juan Domingo, 1974: 221)

Luego, Perón haciendo integralmente suyo un editorial del diario “Palabra Argentina”, -dirigido en ese momento por el tucumano Alejandro Olmos, discípulo de José Luis Torres-, afirma:

“Caseros no es una derrota de una concepción política sino, la circunstancial de un hombre. Se triunfó militarmente sobre un gobernante (Rosas), pero se reinició al país en el camino de la tragedia que aquel conjurara. Caseros no fue la liberación de la dictadura sino la declinación del sentido nacional de personalidad y soberanía. No fue el triunfo de una doctrina nuestra, sino la imposición por la fuerza de un espíritu formado en filosofías e intereses extraños. No fue una revolución interna, sino una conjuración extranjera que persiguió el debilitamiento argentino y que explotó hábilmente las ambiciones políticas de segundones y adversarios.”(Perón, Juan Domingo, 1974: 222)

Como escribiendo una amonestación a algunos historiadores que hoy en día, desde el campo nacional y popular, reivindican la figura del general Urquiza como supuesto jefe de un federalismo provinciano y que presentan a Urquiza no como un traidor a la patria, sino como el caudillo conciliador del litoral, negando que Urquiza haya sido el brazo ejecutor de la política extranjera, Perón, premonitoriamente, haciendo suyas las palabras de Alejandro Olmos sentencia tajantemente:

Urquiza había de ser el brazo ejecutor de la intriga contra la Patria, asumiendo una actitud que la historia no puede juzgar con indulgencia ni debilidad. ¿Cuál fue su resultado? La disolución del espíritu nacional, la desarticulación de la política federalista y la implantación de concepciones contrarias a la autonomía económica del país, a su evolución industrial y a la explotación propia de su riqueza. En lo inmediato, perdió definitivamente la Argentina, las misiones orientales y la soberanía de los ríos interiores, cumpliéndose, con el disloque del antiguo virreinato, el objetivo primordial de la diplomacia extranjera. Y, como premio, ¡tremenda ironía!, recibió Urquiza del Imperio Brasileño – que se hallaba en guerra con la Argentina – la más alta condecoración: la ‘Gran Cruz de la Orden de Cristo.”(Perón, Juan Domingo, 1974: 222)

 

Luego Perón dirigiéndose a los que conducían la dictadura militar – pero también como queriendo amonestar, premonitoriamente, a aquellos ensayistas que acusarían a los historiadores rosistas de simplificar la historia por presentar la batalla de Caseros como una guerra entre el Brasil y la Confederación Argentina y a Urquiza como un vendido al imperio brasileño- afirma: “Los hombres del Gobierno Provisional no pueden olvidar que en el campo de Caseros enfrentaron a las tropas del ‘Tirano’ ejércitos extranjeros y mercenarios y que el triunfo fue celebrado cuando las fuerzas brasileñas entraron en Buenos Aires desplegando la bandera imperial el 20 de febrero, aniversario de Ituzaingo. Las fuerzas brasileñas desfilaron por las calles porteñas festejando la victoria. El Tirano había caído bajo el peso de la intriga. Urquiza había sido un instrumento de la infamiaTiempo después, y esto lo olvidan muchos, el mismo Urquiza había de acusar su propio arrepentimiento. (Perón, Juan Domingo, 1974: 222)

En esta última frase que es una muestra más del profundo conocimiento que Perón tenía de la historia, el caudillo exiliado hace referencia a la carta que Urquiza escribiera al ministro inglés Roberto Gore, en la que el caudillo entrerriano expresa:

“Tentado estoy de llamar a Rosas, pues sólo él es capaz de gobernar aquí… Decían que era detestable la tiranía, pero ahora resulta insoportable la demagogia… Toda la vida me atormentará constantemente el recuerdo del inaudito crimen que cometí al cooperar, en el modo en que lo hice, a la caída del general Rosas. Temo siempre ser medido con la misma vara, y muerto con el mismo cuchillo, por los mismos que por mis esfuerzos y gravísimos errores he colocado en el poder.” (Chávez, Fermín, 1996: 52)

 

Otra de las cartas en la que Urquiza deja ver su arrepentimiento, es la que le escribiera al mismísimo Juan Manuel de Rosas, el 24 de agosto de 1858, en donde manifiesta:

“Yo y algunos amigos de Entre Ríos, estaríamos dispuestos a enviar a Vs. alguna suma para ayudarlo a sus gastos, si no nos detuviese el no ofender su susceptibilidad, y le agradecería que nos manifieste que aceptaría esta demostración de algunos individuos que más de una vez han obedecido sus órdenes. Ella no importaría otra cosa que la expresión de buenos sentimientos que le guardan los mismo que contribuyeron a su caída, pero que no olvidan la consideración que se debe al que ha hecho tan gran figura en el país, y los servicios cuya gloria nadie puede arrebatarle, y son los que se refieren a la energía con que siempre sostuvo los derechos de la Soberanía e independencia nacional.”(Chávez, Fermín, 1996: 53)

Finalmente, como respuesta a aquellos que ya comenzaban a afirmar, equivocadamente, que la derrota nacional no se había producido en Caseros sino en Pavón, Perón afirma: “En Caseros, se inició el proceso de declinación política, económica y moral que abrió al país una etapa dramática de anarquía y desconcierto, de envilecimiento y entreguismo, de guerras civiles y luchas separatistas, de gobiernos fraudulentos e instituciones corruptas…La conciencia que triunfó en Caseros fue extraña a la continuidad histórica de la Nación.” (Perón, Juan Domingo 1974: 222)

 

 

Perón y las dos grandes líneas históricas

 

Otro de los grandes libros escritos por Perón, durante su exilio fue “La hora de los pueblos”. En dicha obra, volverá Perón a encarar el tema histórico y, retomando el pensamiento de Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche, explicitará una “idea fuerza” fundamental que se transformará en la piedra angular de todo su pensamiento, consistente en sostener que, “la guerra de la independencia de España” fue un fracaso, no sólo, como sostenían los hombres de la Generación del ´900- Rodó, Vasconcelos y Ugarte-, porque no se logró conformar políticamente la gran nación hispanoamericana con la que soñaban los Libertadores, sino, también, porque las distintas repúblicas que surgieron, producto de la fragmentación de los distintos Virreinatos, pasaron de la dependencia formal de España a la dependencia informal de Gran Bretaña. Es, en tal sentido que Perón afirma:

“A mucha gente le llama la atención ese estado permanente de perturbación del orden y a menudo de la paz en los países iberoamericanos. Este hecho aparentemente inexplicable para los que no conocen nuestros países…tiene su origen en los mismos comienzos del siglo XIX y simultáneamente con nuestra independencia, cuando sobre los despojos del Imperio Español, se comienza a montar su reemplazante: El Imperio Inglés que, con una gran inteligencia no utiliza la fuerza para dominar, sino los medios económicos convenientemente empleados, gravitando sobre los intereses de la incipiente clase dirigente de esta naciente comunidad. Es así como nacen nuestras “Repúblicas”, con una aparente independencia política, pero en realidad de verdad sometidas por otros medios en los que, si no entra la fuerza de las armas, se emplea la habilidad que suele ser infinitamente superior.” (Perón, Juan Domingo, 1982: 9)

Luego, Perón retomando el pensamiento de San Martín – el que el Libertador le expresara a su amigo Tomás Guido, 3 de abril de 1829- afirmará que la otra gran razón fundamental que explica la inestabilidad política que sufre la Argentina reside en la lucha no resuelta entre las dos líneas políticas históricas que se enfrentan en ellas desde el mismo comienzo del proceso de independencia. Perón afirma entonces:

Cuando en España desaparece Fernando VII para dar lugar a las Cortes de Cádiz que enfrentan a la dominación napoleónica, en el Virreynato del Río de la Plata desaparece también el poder virreinal, reemplazado por la ‘Primera Junta’. Es desde allí que parten ya dos líneas históricas que han de acompañarnos en toda nuestra existencia: la primera hispánica y nacional, la segunda antinacional y anglosajona.

Esas dos líneas, perfectamente definidas a veces y en otras ocasiones desvirtuadas consciente o inconscientemente, se prolongan a través de la anarquía que precede a la organización nacional, influenciada siempre por las condiciones geopolíticas de su conformación virreinal desde 1776…Tales líneas, con pocas variantes, han subsistido a través de esas luchas políticas y del tiempo como Federales, unitarios, radicales, conservadores, justicialismo, Unión Democrática, ‘Gorilas’, etc. De éstos, los que han pertenecido a la línea nacional han tenido lógicamente el apoyo popular: en cambio, los que pertenecieron a la línea antinacional tuvieron el favor imperialista y su apoyo. La personificación de estas líneas en los mandatarios argentinos no hacen sino reflejarlas: los nacionales recibieron invariablemente el espaldarazo popular; los antinacionales, desde los primeros Directores Supremos surgidos por orden del imperio de las decisiones de la Logia Lautaro de Buenos Aires (Posadas y Alvear) recibieron en cambio, la ‘bendición’ de los agentes del Rito Celeste”. (Perón, Juan Domingo, 1982: 10)

 

Importa resaltar que las cartas y escritos de Perón –entre ellas las que se referían a la figura histórica de Juan Manuel de Rosas- lograron circular masivamente a través de una improvisada, pero muy popular, prensa peronista ya desde diciembre de 1955 cuando aparecieron: “Doctrina” dirigido por José Rubén García Maín, “El ‘45” por Arturo Jauretche, “Palabra Argentina”, por Alejandro Olmos, “El descamisado”, por Manfredo Sawady.

Todas estas publicaciones se vendían en los kioscos de revistas de Buenos Aires, hasta que, fatal e inevitablemente, su producción y venta era interrumpida por la censura política.

También se publicaban hojas barriales tales como “Renovación” o “El Doctrinario” que, con una tirada de 5000 ejemplares se repartían, en los barrios porteños, de mano en mano. Otra importante publicación peronista fue “El Guerrillero” que, en 1958, comenzó a publicar selecciones del libro “Los Vendepatria”, de Perón. En la ciudad de Rosario, destacó, el periódico peronista “La Argentina (Justa, Libre y Soberana)”, dirigido por la señora Nora Lagos. Las cartas de Perón eran comúnmente la tapa de la prensa peronista. (Moyano Laissue, Miguel Ángel, 2000) Por eso puede afirmarse que las cartas en las que Perón reivindica la figura de Juan Manuel de Rosas eran escritos no carácter privado sino de carácter público.

 

La resistencia, el retorno y la confirmación del Revisionismo Histórico como movimiento nacional y popular.    

 

El golpe militar que, en septiembre de 1955, derrocó al gobierno constitucional del presidente Juan Domingo Perón, intervino las universidades expulsando de ellas a todos los profesores que simpatizaban con el peronismo, intervino la Confederación General del Trabajo, proscribió al partido justicialista, prohibió con pena privativa de la libertad el pensar y sentir como peronista y comenzó una implacable persecución política de los dirigentes y militantes peronistas que fueron encarcelados, torturados y, muchos de ellos, asesinados por el solo hecho de ser peronistas. [7]

Fue, en esas terribles circunstancias, que nace la “Resistencia Peronista”, conformada por múltiples y pequeñas organizaciones que, en los barrios obreros y, en casi todas las fábricas de la Argentina, se fueron organizando espontáneamente para resistir a la dictadura militar y lograr el retorno del caudillo exiliado.

En esas pequeñas organizaciones clandestinas, que conformaban a “Resistencia Peronista”, se comprendió rápidamente que, si la dictadura militar identificaba a Perón con Rosas, no había duda alguna, entonces, que la historia que ellos habían recibido en la escuela primaria que hablaba del tirano Rosas debía ser falsa. Si mentían con respecto a Perón llamándolo el “segundo tirano sangriento” seguramente también mentían con respecto a Rosas a quien llamaban “el primer tirano sangriento”.

Este razonamiento llevó a la Resistencia Peronista al acercamiento con los historiadores revisionistas que comenzaron a ser miembros asiduos de todas las organizaciones políticas y sindicales peronistas.

Este fenómeno de identificación – de las figuras de Rosas y Perón –   ocurría al tiempo que Perón, desde el exilio, comenzaba la reivindicación expresa y contundente de la figura de Juan Manuel de Rosas y hacía suyos todos los postulados del revisionismo histórico.

Durante sus 18 años de exilio, en cientos de cartas que eran luego publicadas en pequeños periódicos – muchos de ellos clandestinos- o en folletos y revistas de las organizaciones sindicales, Juan Domingo Perón vindicó una y otra vez, la figura histórica de Juan Manuel de Rosas identificándose con sus ideales, su destino y su suerte. Así, escribe Perón, en carta a Manuel Anchorena, en el año 1971:

¿Ignoran acaso los argentinos que el General San Martín, murió en el exilio, arrojado de su patria, por los que entonces lo calificaron de ambicioso y ladrón?..¿Ignoran acaso los argentinos que el Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas, que sirvió la misma causa que San Martín, tuvo el mismo destino que éste y también murió exiliado?…Los mismos que sirvieron a sus órdenes poco tardaron en acomodarse a la nueva situación, mientras los fieles eran degollados, lo que siempre suele ocurrir en esta lucha sin grandeza motivada por los intereses enfrentados con los ideales. San Martín, desde su lejano exilio lo comprendió y le rindió el mayor homenaje que puede rendir un soldado a otro soldado: regalándole su espada libertadora con palabras que ponen en evidencia que ambos servían una misma causa: la Independencia de la Patria y la soberanía de su Pueblo…Ambos, murieron en el ostracismo después de un largo exilio, y aun muertos, permanecieron largos años enterrados en la lejana tierra que les dio amparo. Aunque tarde, un deber de conciencia insoslayable doblegó la ignominia de las pasiones y los restos de San Martín fueron repatriados. La Nación y el Pueblo Argentino sufren la afrenta de no haberlo hecho con otro ilustre argentino: el Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas.

Yo sé mucho de cuanto estoy diciendo porque la experiencia en cuero propio suele ser la parte más efectiva de la sabiduría. También yo he tratado de servir los ideales que sirvieron San Martín y Rosas y he tenido el honor de seguir su misma suerte. Por eso, aun muriendo en el exilio, estaré en la mejor compañía y no me quejo de mi destino.” (Rom, Eugenio, 1990: 23)

En sus libros, cartas y entrevistas Perón se identificaba con Rosas y estimulaba la lectura de los autores más destacados del revisionismo histórico. De esta forma el revisionismo histórico que, hasta 1955, había sido cultivado por pequeños grupo de historiadores y aficionados a la Historia, encarnándose en el peronismo, se convirtió en un movimiento de masas.

El peronismo, proscripto conformaba la mayoría absoluta de la población argentina y el revisionismo histórico, con la bendición de Perón desde el exilio, se convirtió en el ADN del peronismo. Desde el exilio, el caudillo afirmaba que la línea histórica nacional era: San Martín-Rosas-Perón y en las manifestaciones, el pueblo peronista comenzaba a cantar “Militares militares, militares de cartón, militares son los nuestros: San Martín, Rosas, Perón”.

Después de 18 años de exilio, Perón logró romper el “mito del no retorno”. Restaurada la democracia -después de 18 años de persecuciones, torturas, y proscripción del peronismo- se produjo la anulación, por parte de las cámaras legislativas de la Provincia de Buenos Aires, de las leyes de condena dictadas en el año 1857 contra la persona del Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas y el restablecimiento de todas sus dignidades y honores. Por iniciativa de Carlos Cornejo Linares, se dictó una ley nacional, en 1974 que disponía los honores de Jefe de Estado y la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas. El embajador argentino en Londres, el Dr. Manuel Anchorena, recibió, entonces, del propio general Perón el mandato correspondiente para proceder a la repatriación de los restos del Brigadier Juan Manuel de Rosas. (Rom, Eugenio, 1990: 17)

Perón, que había roto el mito del “no retorno”, quiso, de esa forma, repatriar los restos de Rosas como último acto de la reivindicación de la figura histórica del Restaurador don Juan Manuel de Rosas que el admiraba desde que lucía, en 1918, su uniforme de Teniente del Ejército argentino pero, al viejo conductor lo sorprendió la muerte el 1º de julio de 1974.

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