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Graciela Ocaña contó su reunión con Cristina cuando renunció como ministra

DYN29, BUENOS AIRES, 16/01/09, LA PRESIDENTA CRISTINA FERNANDEZ SE REUNIO CON LA MINISTRA DE SALUD GRACIELA OCAÑA CON QUIEN TRATO SOBRE EL USO DE DETERMINADOS AGROQUIMICOS FOTO:DYN/RODOLFO PEZZONI.

Fue en 2009, en un encuentro de 10 minutos. Razones de su salida, intervención de Sergio Massa y abrazo final con la ex presidenta.

La actual legisladora porteña, Graciela Ocaña con Cristina, en enero de 2009. Meses más tarde renunciaría.

Si uno se guía por la acción del final, abrazo y deseo de suerte mutua, cuesta imaginar que protagonistas de la historia son hoy virtuales enemigas políticas y judiciales. El 29 de junio de 2009, Graciela Ocaña renunciaba como ministra de Salud de la Nación. Después de meses de desgaste, el portazo formal sería en una reunión cara a cara, escueta pero amable, con la entonces presidenta Cristina Kirchner.

Fueron apenas 10 minutos, con el jefe de Gabinete Sergio Massa como testigo, según recuerda Ocaña en el octavo capítulo de un libro que publicará con la editorial Planeta el mes que viene, llamado «Contra la corrupción».

El contexto de la renuncia de Ocaña era muy particular. El oficialismo venía de un palazo electoral el día anterior, cuando en Buenos Aires Francisco de Narváez le ganó a la lista que encabezaban Néstor Kirchner y sus laderos testimoniales, como Daniel Scioli y el propio Massa.

El Gobierno definía una serie de cambios para profundizar el modelo. Según con la versión de Ocaña, ni la Presidenta ni jefe de Gabinete querían su salida del Gabinete. Le pidieron tiempo. No la convencieron.

Historia completa de aquella sonora renuncia. En primera persona.

Capítulo 8: RENUNCIA A CRISTINA

Meses antes de junio de 2009 —cuando presenté mi renuncia al cargo de ministro de Salud— ya tuve muchos cortocircuitos con el gobierno de Cristina. Tantos, que podría contabilizar dos intentos de renuncia que finalmente evité por distintos motivos, hasta que la tercera fue la vencida. Definitivamente me alejaba del kirchnerismo.

Cuasi renuncia

Mi «primera renuncia» fue en septiembre de 2008 por un decreto de necesidad y urgencia (DNU) que autorizaba reintegros ante la AFIP. Cuando recibí el decreto, lo remití, como hacía y correspondía, a la Secretaría Legal y Técnica del Ministerio para su análisis. Por típicas urgencias administrativas y aprobación que al poco tiempo recibí de la Oficina Legal y Técnica, firmé al instante el decreto.

El problema fue que un rato más tarde, cuando lo leí en detalle, me di cuenta de un grave error.

Como era una carga impositiva, no era competencia del Ejecutivo sino que debía ser tratado en Diputados, por lo que no correspondía que lo firme. Pero el documento ya fue enviado.

No lo dudé, o me devolvían mi firma o renunciaba. Llamé inmediatamente a Sergio Massa, jefe de Gabinete, de viaje en Chile: «Sergio, devolveme la firma del decreto. ¡Eso que firmará la Presidenta es una barbaridad! Si no, te mando mi renuncia, pero no puedo firmar eso».

Ocaña y Cristina, en octubre de 2008, cuando eran ministra de Salud y presidenta de la Nación

Massa me pidió que le enviara detalles del caso, lo que hice, además de escribir mi renuncia. Al rato recibí un llamado. Era él, para decirme que frenó la tramitación del decreto. Cuando le comenté que ya escribí mi renuncia y se la envié en un sobre, intentó calmarme ánimos: «Quedate tranquila».

Pero seguía inquieta. Al día siguiente sonó mi teléfono, pero ahora no era Sergio Massa, sino Carlos Zannini, secretario Legal y Técnico. Pensé que me llamaba para insultarme.

Para mi sorpresa, sucedió lo contrario. «Graciela, te agradezco. Tenés que decirme cosas que están mal. No conocía este tema, no me di cuenta, pero quedate tranquila que mandaremos un proyecto de ley al Congreso dentro del presupuesto».

Finalmente, así se hizo. El proyecto fue enviado a Diputados, aprobado por el Poder Legislativo, se convirtió en ley, no renuncié y todo quedó en orden.

Fue el primer amague de renuncia, pero vendría otro más.

Operación para «renunciarme»

A comienzos de 2009, cuando el canal Crónica anunció mi «renuncia» como ministro de Salud.

Un miércoles estaba en mi despacho desde temprano, escuchando Radio Continental, mi compañía diaria, cuando sonó mi celular. Era un amigo, ex funcionario que ya se fue del Gobierno. Me dijo que me cuidara, que había una operación mediática para desplazarme.

Ya percibía que algo turbio pasaba, y confirmé la versión de la operación con otra fuente cercana, que me advirtió que se hubo muchas operaciones, había un armado, e intuí venía desde el sector sindical.

Tenía motivos para pensar así: esta segunda «renuncia» llegaba después de la poca amistosa conversación con el secretario general de la CGT, Hugo Moyano.

Aún no pensaba irme, y mucho menos corrida tras una operación. Un poco con bronca, otro tanto de indignación, y con mucho de hartazgo, lo llamé a Sergio Massa, casi a gritos: «Sergio querido, ¡a mí no me montarán ninguna operación, te lo aclaro! Si querés que me vaya, me lo decís y ya me voy. Tengo grabada la conversación con Moyano. La verdad, no me gustaría usarla. Pero si la tengo que usar, la uso. Así que me voy, pero hago pública la conversación de Moyano. ¡Y ustedes me hacen una operación y te juro por Dios que es lo último que hacen! No me importa nada, y decíselo a Cristina».

A pocos minutos recibí el llamado de Sergio Massa, que me pidió tranquilidad: «Nadie hace nada; hablé con Cristina y dijo que bajo ningún punto de vista te vas».

Pero seguía inquieta, y con razón. El viernes, cuando me llegó el «radio pasillo» prendí de inmediato el televisor para buscar la noticia, hasta que sintonicé Crónica TV. El canal de placas color sangre anunciaba mi partida del Gobierno, conforme a sus clásicos modos. Renunció Ocaña afirmaba (en pretérito) una placa roja con letras blancas gigantes que ocupaba toda la pantalla.

Ocaña con Massa, junio de 2009, cuando compartían Gabinete en el gobierno de Cristina

Algo me arman, pensé. Llamé entonces a editores de Clarín y La Nación, pero me respondieron que no tenían ninguna información.

Y entonces recibí la llamada más importante y desde Olivos. Era la misma Cristina. Fue una de las conversaciones más sinceras que mantuvimos:

— Graciela, veo esto, ¿es cierto?

— Ya te lo mandé a decir, no voy a someterme.

— Sabés que hay cosas que jamás te pediría.

— Lo sé, como lo sabés vos, Cristina. No transaré. Te aclaro que antes, renuncio.

— Está muy bien. Pero no hablés con nadie. Ni siquiera con ministros.

— No hay problema.

Los sujetos eran tácitos, porque ambas sabíamos de qué y a quiénes nos referíamos, sabíamos por igual que la operación era un hecho y de dónde venía.

Me gané nuevos adversarios, y el capítulo no se cerraría ahí, sino que continuaría —tiempo después— en Tribunales.

Renuncia indeclinable

¿Por qué renuncié? Desde comienzos de ese año y particularmente tras discutir con Moyano, ya no tenía apoyo del Gobierno.

Cortocircuitos fuertes empezaron en la época de la Gripe A, cuando surgieron entredichos con algunos funcionarios que prefirieron tapar hechos y evitar posible pánico en medio de elecciones legislativas. Ahí, sabía que tenía días contados, y decidí quedarme para no generar mayores problemas.

Pero mi renuncia era inminente y Cristina lo supo y avaló mi partida. La última reunión fue en Olivos, con nota de por medio donde incluí algunos temas pendientes. Cuando llegué a la quinta presidencial ese 18 de junio, estaban reunidos Néstor Kirchner con Daniel Scioli, intendente de La Plata Pablo Bruera y Julio Grondona, presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) desde 1979 hasta su muerte; según recuerdo, ultimaban detalles sobre construir el Estadio Único de La Plata (el mismo que, dos años después, inauguraría U2). Ciertamente, esperaré cuarenta y cinco minutos, porque esa reunión era mucho más importante.

Cuando me encontré con Cristina, quise explicarle motivos de la reunión, aunque Sergio Massa ya le anticipó temas que quería proponerle.

Insistí con mi preocupación por el tema de la Gripe A, y entregué una nota en mano: «Aquí está lo que proponemos. Sergio tiene copia de esto. Hay evaluación de técnicos sobre lo que pasaría y medidas que nos parece tomar».

Entre otras medidas, además de solicitar mayores partidas presupuestarias, en esa nota proponía políticas para evitar la circulación del virus. Y si bien sabía que postergar elecciones era una quimera absurda, pedí suspender momentáneamente clases, e impedir todo tipo de reunión.

Cristina fue chequeando uno por uno todos los ítem del informe y solo dijo: «Esto no, no, y tampoco». Lo único que me garantizó fue el dinero de fondos. Al resto de propuestas las rechazó de cuajo, aduciendo que esa mañana escuchó a un médico en C5N, creo que era Stamboulian, renombrado infectólgo, desdramatizando impacto y gravedad de la Gripe A. Cristina miraba mucho C5N. Pero más allá de eso, evidentemente ahí era aconsejada por otros funcionarios que no compartían mi opinión sobre hechos.

También, ahí mismo, comuniqué que presentaría mi renuncia después de elecciones. Cristina no se inmutó, fue imperturbable, y solo asintió.

Ciertamente, la situación no daba para más. Por lo menos, así lo sentí; no era escuchada, cortocircuitos eran cada vez mayores y básicamente sentía que el proceso estaba completamente agotado. Íntimamente ya decidí alejarme. Sabía que me tenía que ir. Era el peor escenario, y sin apoyo político no se combate ninguna epidemia.

El lunes 29 de junio de 2009 llevé personalmente la renuncia. Era una mañana fría cuando llegué a la Quinta de Olivos, y estuve apenas diez minutos con Cristina y Sergio Massa, presente durante toda la conversación. El reloj marcaba diez y media de la mañana cuando presenté la renuncia, la leí, y deseé lo mejor. Cristina insistió en que debía tomarme unos días: «Tenés que descansar, tomate un tiempo..quince días. Anda a tu casa, allí en Mar de las Pampas».

Ciertamente, mi compañero tiene una casa en ese balneario que compró en 1982, donde veraneamos todos los años.

Me llamó la atención que Cristina no quiso «deshacerse» de mí. Todo lo contrario, fue muy conciliadora y así me ofreció continuar tras mi receso: «Descansá, después venís y decís qué querés del Estado. Pensá lo que quieras y lo decís. Pensá lo más extraño, no me importa, andá, pensá y traés una propuesta».

Tal vez ahí recaiga la causa profunda de diferencias entre los Kirchner y yo. Porque soy una dirigente política. Hago política. Y no lo comprender los Kirchner. Necesito trabajo, por supuesto, laburar, pero pedía hacer política.

Si bien el motivo de esa reunión fue mi renuncia, y pese a que estuvimos solo diez minutos juntas, no dejamos de hablar de política. El día anterior (28 de junio), la lista del Frente para la Victoria que encabezaba Néstor Kirchner como candidato a diputado (secundado por interminables candidatos «testimoniales») perdió frente a la candidatura de Francisco de Narváez en Buenos Aires. El bastión del Conurbano falló.

Cristina comentó que ella ya hizo una lectura de la elección aunque no me la explicó. Respondí que también hice mi propia lectura.

Ocaña, en diciembre pasado, en un acto por 33 años de la recuperación de la Democracia

La Presidente respondió que comprendieron lo que pasó, y ya me enteraría de lo que venía. Nos abrazamos y despedimos deseándonos mutuamente suerte. Era la última vez que hablaríamos. Pocos minutos después, salió por medios que Néstor renunció a la presidencia del PJ, renuncia que no le aceptaron.

Salí contenta de la quinta presidencial. Estaba tranquila.

El día anterior (el día de comicios) fuí a mi oficina en el Ministerio a empacar mis cosas personales y llevarlas a mi casa. Sabía que era el fin de una etapa conflictiva pero importante en mi vida. Dije que NO a Cristina.

Por miedo, conveniencia, falta de práctica, inhibiciones psíquicas, imposición de mandatos, malentendidos de la educación y otras causas —según Sergio Sinay— el NO suele ser una de las palabras más difíciles de articular. Cuando se la calla para evitar problemas se transforma en fuente de nuevas dificultades.

Así, sentí gran tranquilidad al decir No a Cristina.

Tenía la libertad para hacerlo. No me interesaban ornatos de la función pública a los que nunca presté atención.

Tampoco tenía temor a carpetazos porque no tenía carpetas, ni preocupaban represalias del poder. Del derecho y revés uno es siempre lo que es y anda solo con lo puesto.

«Quien aprende a decir que no, con suavidad y firmeza, sin violencia y en el momento oportuno, contribuye a descontaminar intoxicados aires…», decía Ernesto Sabato.

Después del NO a Cristina comenzaba una nueva etapa, página en blanco para escribir el libro de mi vida. Nuevos horizontes, después de esa grieta que se abrió con el NO para relanzar mi compromiso con la verdad, y transparencia.

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