7 de mayo de 2024

NCN

Para que el ciudadano tenga el control.

El Bicentenario – Por Hector Recalde

Las llamadas fechas patria siempre fueron una invitación a la reflexión, a repensarnos como nación, como pueblo y como proyecto de país. En las vísperas de nuestros 200 años, se vuelve inevitable hacer balances que desborden la coyuntura, por más trascendente que esta sea en el destino de la Argentina. Nuestro devenir histórico no brota de un inevitable magma prescrito, nuestro pasado, presente y futuro depende de lo que hagamos como sociedad con nuestros acuerdos y nuestras diferencias, con nuestras pasiones e ilusiones. Para bien o para mal, no fue ni será magia.
La Argentina no es más que el resultado, la síntesis de lo legado tras las luchas por la independencia, por el tipo de conformación de unidad nacional, del modelo agroexportador, de la industrialización, de la financiarización de nuestra organización social. Estos senderos que hemos recorrido no podrían dar otros resultados que la divergencia de concepciones sobre nuestra idea de comunidad y de soberanía. Es más, esos modelos de país que de forma recurrente vuelven sobre los mismos temas son fácilmente identificables cuando observamos el comportamiento de los representantes frente a determinados sucesos.
En este sentido, recorrer nuestra historia a partir de ciertos hitos puedo ayudarnos a comprender mejor el camino que estamos recorriendo, y a elegir con más herramientas el que vayamos a seguir.
Un limitante importante a nuestro desarrollo y motivo de muchas frustraciones empezó por la década del 20 del siglo XIX. Me refiero al empréstito de la Baring Brothers que recién pudo ser cancelado bien pasado el centenario de nuestra patria, durante el gobierno del general Perón. Es interesante recordar que en el transcurso de aquellos años no logró saldarse la deuda externa aún cuando, durante medio siglo, la Argentina vivió importantes épocas de bonanza, creciendo en base a exportaciones cuyos beneficios no redundaron en mayor bienestar, ni soberanía sino todo lo contrario.
Paradójico podría sonarle a algún desprevenido que, revertido este proceso excluyente y dependiente, se logró mejorar las condiciones de vida de la mayoría, de los trabajadores a la vez que se desarrolló la industria, se nacionalizaron los servicios públicos y se desendeudó el país. Nobleza obliga, un paso importante se había dado años atrás cuando Hipólito Irigoyen había creado la que es, desde hace varias décadas, la empresa más importante (la de mayor facturación) del país: YPF.
La vuelta de página, llevada a cabo a sangre y fuego, nos devuelve al coloniaje, a la dependencia y al endeudamiento. El ingreso al Fondo Monetario Internacional y al Club de París son sólo los botones de muestra que años después se transformarían en pedidos de disculpas a nuestros expoliadores.
Más de tres lustros debieron pasar, con sus costos no sólo económicos sino también humanos para que un gobierno volviera a representar a los trabajadores, a defender el interés de la mayoría. Gobiernos de facto y gobierno civiles (aunque cueste decirles democráticos con la proscripción de por medio) se alternaron en la conducción del Estado que, si bien no abandonaron el camino iniciado tras el golpe del ’55, tuvieron la sensatez de no destruir la industria. Sin embargo, el desprecio a la soberanía nacional tomo la forma de extranjerización de la economía en general y de la industria en particular.
La vuelta de Perón, el gobierno popular toma en consideración este nuevo panorama y marca un nuevo hito con la sanción de una nueva ley de inversiones extranjeras, inspirada en los valores de la defensa de la patria. Contracara de los que sucederá pocos años después con la reforma financiera y de la carta orgánica del Banco Central de la República argentina. Ya en plena dictadura e iniciado el proceso de financiarización de la economía argentina, se retoma el desprecio de lo nacional. Todos recordamos tristemente aquella publicidad institucional del gobierno de facto que nos enseñaba que las sillas nacionales se rompían mientras las importadas eran de calidad. Sin embargo, a pesar de mostrarse genuflexos, confiables y amigos de los mercados, durante la gestión de Martínez de Hoz frente al ministerio de economía se vivieron los años de mayor repatriación de capitales extranjeros. Aprendizaje que sería acertado asumir a esta altura de nuestra historia.
Describir detalladamente la continuación de la renuncia a la soberanía sería ocioso, ya que es nuestra historia reciente y quien lea estas líneas ya seguro la conoce. Con sólo recordar la enajenación (entre muchas otras) de la que fuera creación de Irigoyen, nuestra empresa petrolera de bandera, basta para significar el sentido de aquel gobierno. Sin desconocer tampoco los tremendos condicionamientos que sobrevinieron como consecuencia del crecimiento exponencial de nuestra deuda externa (pública y, principalmente, privada), hasta su implosión.
Y aquí nos encuentra, otra vez y como no podía ser de otra manera. Frente a frente con nuestro pueblo y nuestra historia. El paso del tiempo dará cuenta de los hitos recientes. Sin dudas que el año 2003 será un mojón ineludible porque a partir de allí no tuvimos que votar nada que nos avergüence, no tuvimos que defender iniciativas de las que no estuviéramos convencidos. Pudimos volver a recuperar aquello que habíamos adquirido en los ’40 y perdido en los ’90. Pudimos incluir. Pudimos pasar de ser unos de los países más endeudados del mundo a ser uno de los de menor deuda en relación a su PIB. Pudimos, por sobre todas las cosas, elevar el piso de las demandas de la sociedad, porque hay un legado que no podemos desconocer.
No es casualidad que en el otro bicentenario, el de 1810, la alegría popular desbordara las calles disfrutando una extraña mezcla de espectáculos, orgullo patriótico y sentimiento de soberanía. Otra vez éramos dueños de nuestro destino y se veía reflejado en el rostro de los millones que visitaron el centro porteño con la libertad que otorga el tener trabajo y futuro. Aún con nuestras diferencias.
Ahora nos toca vivir, nuevamente, otro cambio de rumbo. Ya la incertidumbre se va despejando y es difícil desconocer el sendero que estamos recorriendo. No nos alegra, se los puedo asegurar, pero el bicentenario que estaremos festejando dejará un sabor amargo en nuestras almas. El desánimo de las mayorías será la marca registrada del contraste de 6 años atrás.
Nos gustaría equivocarnos y ver a los trabajadores festejando los 200 años de la patria. Un primer paso sería no hacer piquetes con las vallas, a las que en seis meses nos fuimos acostumbrando.

Deja una respuesta