26 de abril de 2024

NCN

Para que el ciudadano tenga el control.

EL PELIGRO DE SER ESPEJO DE SIRIA – Por Alberto Asseff*

La ‘grieta’ viene de lejos. En los últimos tiempos, además de tributar a los intereses político-electorales de los principales contendientes, ha sido motivo de variopintos comentarios de índole política, pero no se avanzó sobre su naturaleza geopolítica ya que es una nueva amenaza para el país.
La Argentina es uno de los espacios políticos más importantes del mundo, con tres climas, otras tantas morfologías territoriales – continental-andina, pampeana-fluvial y patagónica-marítima-, con reservorios de agua dulce- al este y al oeste -, con 6.200 km de litoral oceánico, con una plataforma de más de 2 millones de km2, dotada de riquezas ictícolas y mineras, con la posesión antártica desde 1904 – ¿a quién le podrán decir que se vaya luego de más de un siglo de ocupación pacífica, sin que preexista población autóctona?-, un humus pampeano que configura una de las cinco praderas del planeta, con una esplendorosa clase media – al margen de que suele ser veleidosa -, una mano de obra calificada – a pesar del decaimiento de la cultura del trabajo, sobre todo con el gobierno anterior- y cien atributos más, como el litio – el oro blanco del s.XXI – o el cobre – ¿por qué habría sólo al oeste de los Andes? Es la octava superficie estatal del mundo, entre 206 que existen.
¿Cuál es el motivo para que hace noventa años– quizás más – hayamos detenido nuestro ascenso, ese que avizoraban todos los pensadores que aproximaban a nosotros, desde Ortega a Toynbee, pasando por Clemenceau? Este interrogante exige una respuesta con coraje, desprendida de toda concesión a lo ‘políticamente correcto’, pues es hora de disociar la política – la ‘buena’ que necesitamos – de cualquier tentación demagógica. A esta altura de la decadencia argentina es momento de terminar con la mentira. La causa de nuestra declinación es el desencuentro permanente, con simultánea ausencia de objetivos compartidos. Es la exacerbación constante de las disputas. Revisemos a vuelo de pájaro los últimos noventa años, a partir del nefasto golpe del 6 de septiembre de 1930. En esa primera década bajo análisis, por un lado el fraude del sector dominante enfrentado a quienes – proscriptos – les enrostraban ser ‘infames’. No criticaban. Hablaban de infamia. En la década siguiente, la confrontación fue fogoneada para que existiesen dos bandos, uno, el pueblo, el otro, la oligarquía ‘gorila’. En los cincuenta, luego del golpe de 1955, por un lado, los ‘democráticos’ y por el otro, la ‘resistencia’, embrión de la guerra intestina. En los sesenta, los golpistas ‘modernizadores’ contendiendo con la política ‘vetusta’. En los setenta, la ‘guerra revolucionaria’ contra la represión ilegal desde el Estado con un plan económico basado en el seguro de cambio gratuito – ‘la tablita’ –que impulsó la deuda externa y la Argentina ‘financiera’ que marginó a la ‘productiva’. En los ochenta, la división continuó con los trece paros generales, las asonadas y la hiperinflación – con alguna significativa presencia de un personaje nativo en el Fondo Monetario para decir ‘no presten más a la Argentina ’-que condujeron a la retirada anticipada del Dr. Alfonsín. En los noventa, en medio del festival de la venta de las ‘joyas de la abuela’, se incubaba la peor crisis del s.XX que estalló en 2001, llevando la pobreza a más del 50% y al default. En el primer decenio del nuevo siglo, la grieta siguió agudizándose. Por una parte los ‘derechos humanos’, como sustento legitimador de un proyecto populista, por la otra, los institucionalistas. En este segundo tramo del nuevo siglo, el antagonismo es entre un ‘gobierno de ricos’ versus un pueblo empobrecido que ‘clama por fusilar al presidente en la Plaza de Mayo’ ¡Nada menos!
En todo este tramo de la historia hubo un elemento siempre en ascenso: la corrupción impune.
Noventa años de discordias con apenas algún tibio intento de concordia. Décadas de creciente fanatismo y correlativo apartamiento de ponerle racionalidad a nuestras querellas. Si el otro es un enemigo que quiere enajenar la Patria o quitarnos todos los derechos no hay acuerdo posible. Si la opció, los reclamantes – que bordean la ley y que son fronterizos de la sedición – son ‘una caterva de dirigentes clientelistas’ que plantean demandas que son propias de la magia y no de la gestión de gobierno, tampoco es asequible sentarse a una mesa para examinar y racionalizar las diferencias. Y dar soluciones, algo que suele minimizarse, increíblemente.
Con el decreto que amplía, precisándolos, los roles de los 80 mil militares –hoy arrumbados en escritorios, casi vegetando, sin funciones – tenemos una muestra palpable, aunque patética. Más allá de que el 70% del país quiere que sus militares defiendan efectivamente a la Argentina, se introducen mistificaciones como ‘no queremos que los militares vuelvan a las calles’. El decreto establece que, además de repeler amenazas foráneas paraestatales – lo cual es estrictamente correcto-,hasta ahora restringido a sólo agresiones estatales extranjeras, les encomienda la custodia de bienes estratégicos como una usina nuclear. Toda la Nación tiene una idea coincidente de que un atentado en Atucha sería una inenarrable catástrofe. Y que prevenirlo con un patrullero de la comisaria de Zárate – que habría que saber si dispone de nafta –sería un dislate. Si la Inteligencia detecta una amenaza no es ‘militarizar’ la seguridad, sino dotarla de más equipamiento y poderío para prevenirla y/o reprimirla – verbo que es de la lengua y que es legítimo cuando se ejecuta con la ley en la mano. Es la Seguridad Ampliada.
Siria se desunió minada por las facciones intestinas – sunitas, alawitas, chiitas, kurdos e incontables sectas más, agravado por el llamado ‘califato’ fundamentalista- y externas – iraníes, israelíes, rusos, turcos, norteamericanos. Así, de ‘faro de la cultura árabe’ devino en país devastado, con miles del muertos y dos millones de expatriados. La Argentina debe mirar ese espejo. Porque no obstante que acá no hay guerra religiosa, indigenismo insurgente- salvo el ‘mapuchismo’ minúsculo, pero agrandado por la inacción judicial-, lucha racial ni ninguno de esos ominosos factores bélicos, pareciera que nos ingeniamos para revivir el anticlericalismo, las reivindicaciones indígenas, el resentimiento de clases sociales y la lucha casi ‘a muerte’. Da la impresión que nos cautiva y atrapa la desunión. Y que somos incapaces de querernos un poco entre nosotros mismos. Así, la división, no sólo nos aleja de las soluciones a la constelación de problemas que sobrellevamos, sino que se erige en una amenaza nueva, a la par del narcotráfico, el ciberataque o el terrorismo. Es que la desunión argentina atrae a aquellos poderes – estatales o no – que saborean con apropiarse de los recursos. No omitamos que un poder importante está emplazado en nuestro espacio marítimo y que ya existen dudosos establecimientos foráneos en las puertas de la nueva joya que está en Añelo, Neuquén.
Es inadmisible que las palabras entre nosotros sean misiles, en vez del instrumento para entendernos. Si aspiramos a levantar a la Argentina hay que trabajar empeñosamente por el encuentro. El desencuentro persistente nos ha venido frustrando y hoy es un peligro latente, prenuncio de males mayores.

*Diputado del Mercosur y presidente de UNIR
www.unirargentina.org

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