29 de abril de 2024

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Ruta de la Seda: autopista hacia el poder. Por Mariano Yakimavicius

Argentina se suma a la Nueva Ruta de la Seda, el ambicioso proyecto chino para expandir su poder planetario. ¿De qué se trata?

El proyecto de la Nueva Ruta de la Seda data de 2013 y es la estrategia global más ambiciosa llevada a cabo por China que le permitirá convertirse en el actor global más poderoso desplazando -más temprano que tarde- a los Estados Unidos.

Argentina es el 145º país del mundo y el 20º de la región que se suma a esta iniciativa china que supondría para el país inversiones por 23.700 millones de dólares que llegarían en dos tramos, orientados principalmente a los sectores de energía, producción, servicios y tecnología, e incluye también la ampliación de la permuta financiera o Swap entre ambos países para fortalecer las reservas del Banco Central. Argentina no es solamente el mayor deudor del FMI, sino que es además el mayor deudor de China entre los países en desarrollo.

Pero más allá de la evidente importancia que el proyecto supone para Argentina en materia de inversiones ¿de qué se trata realmente y por qué es tan importante?

Autopista hacia el poder

Hace más de dos milenios, un emisario de la realeza china llamado Zhang Qian, estableció una red comercial que conectaba Asia central y Oriente Medio. El nombre que adoptó tardíamente ese circuito comercial -que involucraba una gran diversidad de mercancías- fue el del producto más emblemático de la China de aquel entonces, la seda.

En 2013, el presidente chino Xi Jinping anunció la “Iniciativa de la Franja y la Ruta” -en inglés Belt and Road Initiative (BRI)-, pero él mismo la denominó “Nueva Ruta de la Seda”, en referencia a aquel circuito comercial histórico.

El proyecto involucra nominalmente dos aspectos, pero de hecho se trata de tres “rutas” diferentes: una terrestre (la Ruta), otra marítima (la Franja) y otra digital. Las dos primeras buscan fuentes de abastecimiento de materias primas y energía y financian e implantan infraestructura, y la última apunta a la expansión de ultramar de la tecnología, las comunicaciones y los servicios chinos, incluida la tecnología 5G y las redes satelitales y de fibra óptica.

En cifras, la Nueva Ruta de la Seda supone el 75 por ciento de las reservas energéticas conocidas en el planeta, el 70 por ciento de la población mundial y alcanzaría el 55 por ciento del del Producto Bruto Interno (PBI) global.

Puede entenderse entonces por qué el proyecto es de la máxima importancia para el gobierno de Xi Jinping, que aspira a convertir a China en potencia hegemónica, no solamente desde el punto de vista económico, sino también desde la reconfiguración del tablero político global. Porque a la vez que permitirá un acelerado flujo comercial, la Nueva Ruta de la Seda le permitirá al régimen chino desarrollar alianzas políticas duraderas con los países más poderosos, y subordinar directamente a los países más débiles en los que está invirtiendo.

Posibles consecuencias

Los chinos tienen una visión milenaria de la historia. Saben que los anhelos no se alcanzan de la noche a la mañana. Pero también es cierto que el gobierno de Xi Jinping le imprimió velocidad a los cambios y desafía frontalmente al liderazgo global de los Estados Unidos.

De acuerdo a datos de la CEPAL, en la actualidad más de 2.500 empresas chinas se encuentran en Latinoamérica y el Caribe. Además, el intercambio entre China y la región creció 22 veces en los últimos 14 años. Estos datos aumentan la preocupación existente en el gobierno de Joe Biden porque es inocultable que el avance de China socava la idea de que Latinoamérica es el “patio trasero” de los Estados Unidos. Mayor aún es la preocupación estadounidense por la eventualidad de que la oferta china de tecnología 5G pudiera desplazar a la propia.

El Comando Sur de de la Fuerzas Armadas de los Estados Unidos monitorea minuciosamente lo que sucede en el sur del continente y su jefe expresó recientemente que «la influencia china es global, y está en todas partes en este hemisferio, y avanza de manera alarmante».

Independientemente de las tensiones y pugnas que pudieran despertarse con los Estados Unidos,  hay otras posibles consecuencias de la Nueva Ruta de la Seda que es importante tener en cuenta.

En primer lugar, el uso de los recursos energéticos tradicionales -carbón, gas, petróleo- como principal combustible del crecimiento económico pone en un severo riesgo al ambiente. En ese sentido, China es el principal emisor de gases de efecto invernadero del mundo y las presiones internacionales para que modifique esa situación van en aumento. Por tal motivo, dentro de sus fronteras se lanzó un plan de reducción de gases. Sin embargo, el régimen chino se ha encargado de promover la construcción de plantas termoeléctricas alimentadas por carbón en los países que forman parte de la Nueva Ruta de la Seda. De esa manera, busca trasladar el problema de la contaminación fuera de sus fronteras en lugar de resolverlo. A finales del 2016, China estaba involucrada en 240 proyectos de infraestructura vinculada al carbón en los países que participan del proyecto.

En términos globales, se espera que la Nueva Ruta de la Seda atraviese más de 1700 áreas que contienen ecosistemas sensibles que hasta ahora no han sido fuertemente explotados, amenazando numerosas especies de los reinos animal y vegetal. Si el proyecto llega a consumarse sin ningún tipo de regulación, se podría enfrentar una catástrofe ecológica de proporciones nunca vistas.

En Latinoamérica y África ya son notables las consecuencias ambientales, especialmente a partir de la construcción de obras de infraestructura ferroviaria. China impulsa, por ejemplo, la construcción de una red ferroviaria de 5300 kilómetros en Brasil y Perú.

En segundo lugar, existe el riesgo de la explotación laboral. Si el modelo chino ha triunfado es en buena medida porque exporta el excedente de su mano de obra nacional a los lugares donde busca invertir. Es más rentable porque de esta manera pueden pagarles salarios inferiores a los que deberían pagarle a los trabajadores locales. Al permitírseles explotar a sus obreros como en China, las empresas de esa procedencia evitan arriesgarse a protestas o procesos judiciales con la mano de obra local. Los trabajadores chinos en otras latitudes son obligados a trabajar jornadas de 13 horas diarias, seis o siete días a la semana, en condiciones precarias que los llevan a tener altas tasas de mortalidad, mientras las empresas les confiscan sus pasaportes. Pero de esta manera, también tienden a reducirse las condiciones laborales en el mercado de trabajo donde se instalan.

En definitiva, la Nueva Ruta de la Seda se convertirá seguramente en un autopista hacia el poder para China, pero si no se toman suficientes precauciones, podría transformarse en una auténtica “autopista al infierno”, especialmente para aquellos países que son ostensiblemente más débiles, es decir, la mayoría. El multilateralismo en política exterior resulta entonces casi imprescindible para evitar el cumplimiento de aquel proverbio -precisamente chino- que reza: “cuando el viento sopla de un solo lado, el árbol crece torcido”.

 

Mariano Yakimavicius es Licenciado y Profesor en Ciencias Políticas

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