30 de abril de 2024

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Para que el ciudadano tenga el control.

La mano infame de la masonería y su relación con la Guerra de la Triple Alianza

Por Fernando Javier Liébanes

Los masones fueron responsables de la devastación del Paraguay que para su época era avanzada en tecnología, educación y economía. Efectivamente por la degeneración y las ansias imperialistas de los círculos pudientes de las clases oligárquicas europeas y americanas, específicamente inglesas enrolados en la Masonería; dieron como resultado un conflicto que aniquiló 75% de la población total paraguaya, entre los sobrevivientes se contaba con sólo entre un 10 y 15% de población masculina, pero sólo de hasta diez años, ancianos y heridos.
Esta parte de la historia, no ha ser abordada como simple efeméride sino como un antecedente fundamental para identificar al enemigo imperial inglés que utiliza a la secta satánica para sus fines. Efectivamente la llamada Guerra Grande fue tramada y pagada en las sedes de las logias, donde los que cometieron estos infames actos secretos de genocidio mancharon con sangre la fraternidad de nuestros pueblos.
Bartolomé Mitre contó de su propia boca el 29 de septiembre de 1868, cuando en un banquete de la masonería, recordando la tenida del 21 de julio de 1860 (posterior a Cepeda) dirá en su discurso refiriéndose a esa batalla: “Cuando nos alejamos de las puertas del templo, nuestras espadas salieron de la vaina para cruzarse en los campos de batalla, pero aún sobre esa desgracia y esa matanza, el genio invisible batió de nuevo sus alas…». ¿Será el mismo “genio invisible” que habría dirigido la matanza del gauchaje federal de las provincias y el mismo “genio invisible” que provocaría la guerra contra el Paraguay? que habría dirigido la matanza del gauchaje federal de las provincias y el mismo “genio invisible” que provocaría la guerra contra el Paraguay? Cabe recordar que la tenida secreta del Supremo Consejo de la Masonería del 21 de julio de 1860, es la que otorga el Grado 33° a Mitre, Urquiza, Sarmiento y Juan Gelly y Obes. El Gran Comendador era José Roque Pérez. Nótese la actuación directa que tuvieron en la guerra del Paraguay todos ellos, incluido Roque Pérez que representó a Sarmiento en la ceremonia de instalación del gobierno títere en Asunción luego de la guerra, y cuyos integrantes pertenecían también a la masonería. ( ) También pertenecieron a la masonería otros personajes que tuvieron destacada y decisiva actuación en la guerra contra el Paraguay, como Pedro II, el conde D´Eu, el duque de Caxias, los generales Osorio y Menna Barreto, el Barón do Río Branco, Joaquín Marcelino de Brito, Saldaña Marinho y Deodoro da Fonseca. El Paraguay era el único país de América donde prácticamente no funcionaba la masonería, que se limitó a una logia transitoria clandestina en 1845 (Logia Pitágoras) y a una reunión masónica a bordo del “Locust” del Comodoro Ernest Hotham, (“Logia Volante Conway”). También fueron masones algunos disidentes paraguayos residentes en Buenos Aires, como el propio Loizaga. La primera logia masónica en Paraguay fue creada antes de la instalación del gobierno provisorio, bajo el patrocinio de Caxias en 1869:
«El 18 de enero de 1869, se instaló en Asunción, la primera Logia regular con el distintivo de FÉ, la que trabajó en el rito escocés, antiguo y aceptado, sobre los auspicios del Gran Oriente de Brasil, do Vale Beneditino do Río de Janeiro. La referida Logia fundó un asilo el 16 de julio de 1869 con el título distintivo de la misma Logia FÉ, que llegó a contar con mas de dos mil personas”. Coronel Francisco Vieira de Faría Rocha”
Digamos la verdad la guerra que enfrentó a la Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay, entre 1865 y 1870, respondió más a los intereses británicos y de acabar con un modelo autónomo de desarrollo como el paraguayo, que podía devenir en un «mal ejemplo» para el resto de América latina, que a los objetivos de unificación nacional y defensa del territorio proclamados por sus masónicos  y pro británicos promotores.
El conflicto que terminó por enfrentar al Paraguay con la Triple Alianza, formada por Argentina, Brasil y Uruguay, tuvo su origen en 1863, cuando el Uruguay fue invadido por un grupo de liberales uruguayos comandados por el general Venancio Flores, quienes derrocaron al gobierno blanco, de tendencia federal y único aliado del Paraguay en la región.
La invasión había sido preparada en Buenos Aires con el visto bueno del presidente Bartolomé Mitre y el apoyo de la armada brasileña. El Paraguay intervino en defensa del gobierno depuesto y le declaró la guerra al Brasil.
El gobierno de Mitre se había declarado neutral pero no permitió el paso por Corrientes de las tropas comandadas por el gobernante paraguayo, Francisco Solano López. Esto llevó a López a declarar la guerra también a la Argentina.
Brasil, la Argentina y el nuevo gobierno uruguayo firmaron en mayo de 1865 el Tratado de la Triple Alianza, en el que se fijaban los objetivos de la guerra y las condiciones de rendición que se le impondrían al Paraguay.Hasta 1865 el gobierno paraguayo, bajo los gobiernos de Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano López, construyó astilleros, fábricas metalúrgicas, ferrocarriles y líneas telegráficas. La mayor parte de las tierras pertenecía al Estado, que ejercía además una especie de monopolio de la comercialización en el exterior de sus dos principales productos: la yerba y el tabaco. El Paraguay era la única nación de América Latina que no tenía deuda externa porque le bastaban sus recursos.
Decía Alberdi: «Si es verdad que la civilización de este siglo tiene por emblemas las líneas de navegación por vapor, los telégrafos eléctricos, las fundiciones de metales, los astilleros y arsenales, los ferrocarriles, etc., los nuevos misioneros de civilización salidos de Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan, etc., etc., no sólo no tienen en su hogar esas piezas de civilización para llevar al Paraguay, sino que irían a conocerlas de vista por la primera vez en su vida en el ‘país salvaje’ de su cruzada civilizadora»
La impopularidad de la Guerra de la Triple Alianza, sumada a los tradicionales conflictos generados por la hegemonía porteña, provocó levantamientos en Mendoza, San Juan, La Rioja y San Luis.
El caudillo catamarqueño Felipe Varela lanzó una proclama llamando a la rebelión y a no participar en una guerra fratricida diciendo: «Ser porteño es ser ciudadano exclusivista y ser provinciano es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derechos. Esta es la política del gobierno de Mitre. Soldados Federales, nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución jurada, el orden común, la amistad con el Paraguay y la unión con las demás repúblicas americanas»
A pesar de contar con un importante apoyo popular, Varela fue derrotado por las fuerzas nacionales en 1867. Como decía la zamba de Vargas, nada podían hacer las lanzas contra los modernos fusiles de Buenos Aires.
La participación argentina en la guerra respondía también al interés del gobierno en imposibilitar una posible alianza entre las provincias litorales y el Paraguay.
La guerra era para los paraguayos una causa nacional. Todo el pueblo participaba activamente de una guerra defensiva. Los soldados de la Triple Alianza peleaban por plata o por obligación. Esto llevó a los paraguayos a concretar verdaderas hazañas militares, como el triunfo de Curupaytí, donde contando con un armamento claramente inferior, tuvieron sólo 50 muertos frente a los 9.000 de los aliados, entre ellos Dominguito, el hijo de Domingo Faustino Sarmiento.
Decía «La Nación», el diario de Mitre: «Algunos miopes creen que el fanatismo de los paraguayos es el temor que tienen al déspota (Solano López) y explican su servilismo por el sistema rígido con que son tratados. Soy de diferente opinión: ¿cómo me explica usted que esos prisioneros de Yatay, bien tratados por los nuestros y abundando en todo, se nos huyan tan pronto se les presenta la ocasión para ir masivamente a engrosar las filas de su antiguo verdugo?»

Mitre trataba de explicar las dificultades de la guerra echándole la culpa a la creciente oposición interna: «¿Quién no sabe que los traidores alentaron al Paraguay a declararnos la guerra? Si la mitad de la prensa no hubiera traicionado la causa nacional armándose a favor del enemigo, si Entre Ríos no se hubiese sublevado dos veces, si casi todos los contingentes de las provincias no se hubieran sublevado al venir a cumplir con su deber, si una opinión simpática al enemigo extraño no hubiese alentado a la traición ¿quién duda que la guerra estaría terminada ya?»

En Argentina, la oposición a la guerra se manifestaba de las maneras más diversas, entre ellas, la actitud de los trabajadores correntinos, que se negaron a construir embarcaciones para las tropas aliadas y en la prédica de pensadores que, como Juan Bautista Alberdi y José Hernández, el autor del Martín Fierro, apoyaban al Paraguay.
En 1870, durante la presidencia de Sarmiento las tropas aliadas lograron tomar Asunción poniendo fin a la guerra. El Paraguay había quedado destrozado, diezmada su población y arrasado su territorio.
Mitre había hecho un pronóstico demasiado optimista sobre la guerra: «En veinticuatro horas en los cuarteles, en quince días en campaña, en tres meses en la Asunción»
Pero lo cierto es que la guerra duró casi cinco años, le costó al país más de 500 millones de pesos y 50.000 muertos. Sin embargo, benefició a comerciantes y ganaderos porteños y entrerrianos cercanos al poder, que hicieron grandes negocios abasteciendo a las tropas aliadas.
El general Mitre declaró: «En la guerra del Paraguay ha triunfado no sólo la República Argentina sino también los grandes principios del libre cambio (…) Cuando nuestros guerreros vuelvan de su campaña, podrá el comercio ver inscripto en sus banderas victoriosas los grandes principios que los apóstoles del libre cambio han proclamado»
Por el tratado de la Triple Alianza, se establecía que los aliados respetarían la integridad territorial del Paraguay. Terminada la guerra, los ministros diplomáticos de los tres países se reunieron en Buenos Aires. El ministro de Relaciones Exteriores de Sarmiento, Mariano Varela expresó: «La victoria no da a las naciones aliadas derecho para que declaren, entre sí, como límites suyos los que el tratado determina. Esos límites deben ser discutidos con el gobierno que exista en el Paraguay y su fijación será hecha en los tratados que se celebren, después de exhibidos, por las partes contratantes, los títulos en que cada una apoya sus derechos».
El embajador del Brasil en Argentina, Barón de Cotepige, negoció separadamente con el Paraguay tratados de límites, de paz, de comercio y navegación. Esto provocó el enojo de la Argentina, que decidió enviar a Río una misión diplomática encabezada por Mitre. Al ser recibido por el ministro brasileño, dijo el delegado: «Me es grato hacer los más sinceros votos por la prosperidad y el engrandecimiento de la Gran Nación Brasileña, unida a la Argentina, sin olvidar la República Oriental del Uruguay, y por la gloria y sacrificios comunes de dos décadas memorables de lucha contra dos bárbaras tiranías que eran el oprobio de la humanidad y un peligro para la paz y la libertad de estas naciones»
Lo cierto es que el Imperio de Brasil sí pensaba que la victoria daba derechos: saqueó Asunción, instaló un gobierno adicto y se quedó con importantes porciones del territorio paraguayo.
El regreso de las tropas trajo a Buenos Aires, en 1871, una terrible epidemia de fiebre amarilla contraída por los soldados en la guerra. La peste dejó un saldo de trece mil muertos e hizo emigrar a las familias oligárquicas hacia el Norte de la ciudad, abandonando sus amplias casonas de la zona Sur. Sus casas desocupadas fueron transformadas en conventillos donde su moradores obreros protagonizarán después de 1945 otra epopeya nacional con Perón como conductor.
Un viejo apotegma sostiene que la primera baja de una guerra es siempre la verdad. Teniendo esto como base, el escenario de la Guerra de la Triple Alianza, sin lugar a dudas, mantiene cicatrices que hasta hoy se conservan en el inconsciente colectivo de la nación paraguaya por un mundo creado por los libros de Historia escolares de las potencias vencedoras, es decir, Argentina, Brasil y Uruguay, puesto que el país que atacó y luchó en contra de los designios de la libertad y la civilización no fue Paraguay.

La Memoria puede ser corta, y la realidad deformada, pero los acontecimientos históricos de este tipo deben ser ejemplos de contextos que no deben ser repetidos, además de que no deben servir jamás para el combate político. ¿Qué puede haber de heroico o épico agredir a un Estado independiente y más si se realiza a través de su pueblo? Simplemente por haber querido reajustar el precio de sus materias primas, por progresar, por defender los intereses económicos y políticos del país. ¿Acaso un Estado y su pueblo no son propietarios de sus recursos, de sus propias decisiones, en definitiva, de su autodeterminación? Paraguay se alzaba como una excepción en América Latina. Era la única nación en la que el capital extranjero, llámese Inglaterra, no había deformado ni su política ni su economía. Inglaterra no había implantado su concepción civilizadora, el capitalismo, o la falsa división entre la civilización o la barbarie. La situación geográfica de Paraguay lo había condenado a un callejón sin salida. Su puerta al mar, es decir, el libre acceso a las rutas comerciales de ultramar dependía exclusivamente de los ríos argentinos. El largo gobierno de mano de hierro del dictador Gaspar Rodríguez de Francia (1814–1840) había incubado la matriz del aislamiento, pero había propugnado un desarrollo económico autónomo y sostenido. Esto desvelaba a Inglaterra, porque no podía ejercer su imperialismo económico. Había alguien que tomaba sus propias decisiones sin consultar cada paso a dar tanto en lo político como lo económico. Inglaterra ya había fracasado en el dominio político, solo había podido poner un Estado tapón con Uruguay (entre Argentina y Brasil), pero había fracasado en toda América del Sur. En el ámbito económico estaba ganando, pero Paraguay estaba logrando salirse de su plan de acción. Se estaba convirtiendo en el faro de América. Los posteriores gobiernos de Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano continuaron y vitalizaron la tarea independiente en Paraguay pero el ministro inglés en Argentina, Edward Thornton, participaba y conspiraba desde Buenos Aires y daba rienda a la intriga y preparación de la guerra. La característica principal de los conflictos desarrollados en el siglo XIX en la región del Plata ha sido la penetración de los intereses y de las fuerzas políticas que actuaban en cada uno de esos países, generando complejos y mutables sistemas de alianzas más allá de sus fronteras. Quizá estos sean algunos ejemplos que más tarde tomó Otto von Bismark para su sistema de alianzas. En 1862 se habían creado dos bloques principales de alianzas: de un lado el Imperio del Brasil, el gobierno de Bartolomé Mitre (presidente de Argentina) y los colorados uruguayos dirigidos por Venancio Flores; y del otro lado, Paraguay, los blancos de Uruguay dirigidos por Bernardo Berro y las provincias de Entre Ríos y Corrientes, unidos por la oposición a la política hegemónica de Buenos Aires y del Imperio del Brasil. No existen dudas que la guerra no era solo contra el Gobierno de Paraguay, sino contra Paraguay mismo, debido a que hasta ese momento Buenos Aires seguía viendo a Paraguay como una provincia rebelde y no como la madre que le dio vida como ciudad. No cabe poner en tela de juicio que la Guerra del Paraguay –Guerra Guasú o de la Triple Alianza– fue un episodio clave de la historia del siglo XIX no solo de la historia de la nación derrotada, cuya realidad cambió para siempre, sino que respondió más a los intereses británicos de acabar con un modelo autónomo de desarrollo como el paraguayo.
La ingenuidad de nuestros países sólo sirvió para que toda la economía y la potencial prosperidad de la región quedara atrasada notablemente en beneficio del Imperio Británico . Los resultados obtenidosno justificaron el conflicto y menos el genocidio. La única moraleja a extraer es que se demuestra lo inútil y costoso de las guerras entre pueblos hermanos. La lámpara política que presentaba Paraguay se apagó para siempre. También se destruyeron tanto las vidas de la mayor parte de su población como su modelo de crecimiento autónomo. Este fue el punto de partida de la política oligárquica porteña dirigida a convertir el Río de la Plata en semi-colonia británica. Se generó en Paraguay una catástrofe social y demográfica, que aun hoy la sigue atrasando en su devenir histórico. Antes del inicio de la guerra, su población era de 1.300.000 personas. Al final del conflicto sólo sobrevivían unas 200.000, de las que 28.000 eran hombres, la mayoría niños, ancianos y extranjeros. Del poderoso ejército paraguayo de 100.000 soldados, en los últimos días quedaban 400. Parafraseando a un conocido escritor : “Las venas siguen abiertas» ….
Para cerrarlas es necesario identificar al enemigo y derrotarlo para siempre con el objeto de construir la patria grande donde el pueblo sea felíz.